Lugones
tomó su último whisky en el 38 y Philip Mainlander, el filósofo del Dios que
sucumbe, fue consecuente con su filosofía.
¿Qué nos queda a nosotros, los poetastros, los filosofastros, que nunca
fuimos refulgentes como aquellas lumbreras del pensamiento? Ciertamente el suicidio no.
Mi suicidio sería un acto patético.
¿Qué gano yo con él? Nada, está claro. Pero tiene que haber razones para no
suicidarse. ¿La cobardía fingida de Harry Haller, el lobo estepario? No; la
vida es tan pesada que el ideal de librarse de ella puede infundir valor al
alma más pusilánime. ¿La proposición spinoziana de permanencia del ser?
Tampoco; nos sabemos mortales, el desgaste de la vida nos hace sabernos
mortales; no hay, pues, razón para alargar nuestra agonía.
Mi razón para el no suicidio tiene
que ver con esa virtud ¡tan cristiana, tan judía, tan musulmana!: la caridad. El
suicidio es el acto más egoísta que existe; es privar al mundo de alguien tan
humano que es capaz de amar. Tanto ama el suicida que piensa que a su ausencia
sucederá una mejora del universo. Mas, parece que aquí hay contradicción. No la
hay. El suicida ama, sí, pero su primer objeto de amor, su yo mismo, no lo corresponde; busca amor en el mundo, pero no lo
satisface; vuelve repetidas veces a sí mismo pero su yo le causa tanto dolor que decide extirparlo. Su deseo “egoísta”
de ser, paradójicamente, lo obliga a no ser.
Proponía que una buena razón para no suicidarse es la caridad. O
mejor dicho, el deber a la caridad. Yo soy kantiano, si usted no lo es, vale,
suicídese. Aún así espero que encuentre buenos argumentos desde su postura
filosófica para no hacerlo. Decía, no es deber en sí mismo preservar la propia
vida, pero, al perecer hay buenas razones (que no expondré por conservar el don
de la brevedad) para pensar que sí lo es procurar que los demás persistan en la
suya. Nada ganan otros con mi muerte. Parece, más bien, que pierden. Yo no
pierdo nada más que mi vida, pero los demás pierden alguien que podría hacerles
bien. Pierden un posible acompañante de su inane camino…(Quiero pensarme así para justificarme)
Comencé este texto creyendo que
había argumentos para no matarse. Lo estoy terminando y vacilo de tal
convicción. Ciertamente, hay razones menos filosóficas que sentimentales para
seguir viviendo. Creo, mi melancólico lector,
que le terminaré debiendo los argumentos que tan preciosamente había
pergeñado para tal empresa. Encuentre usted sus propias razones. Yo entiendo
que un buen motivo para no suicidarse es la amistad. No me pregunté por qué, no
sabré responderle.