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viernes, 22 de marzo de 2013

Una propuesta.


Propongo que nos conozcamos.
Tal vez así tendríamos razones para odiarnos.

La otredad.


Somos los otros. El pasatiempo y los gustos que tanto te encienden nunca fueron tuyos, son la parte de un amor perdido; la forma en que ríes o en que señalas ya fueron utilizadas por un amigo o un profesor; las palabras que dices, como las que digo yo, ya fueron dichas por alguien que hemos olvidado. La originalidad es una operación sólo propia de Dios.

Sobre por qué no suicidarse.


Lugones tomó su último whisky en el 38 y Philip Mainlander, el filósofo del Dios que sucumbe, fue consecuente con su filosofía.  ¿Qué nos queda a nosotros, los poetastros, los filosofastros, que nunca fuimos refulgentes como aquellas lumbreras del pensamiento?  Ciertamente el suicidio no.
            Mi suicidio sería un acto patético. ¿Qué gano yo con él? Nada, está claro. Pero tiene que haber razones para no suicidarse. ¿La cobardía fingida de Harry Haller, el lobo estepario? No; la vida es tan pesada que el ideal de librarse de ella puede infundir valor al alma más pusilánime. ¿La proposición spinoziana de permanencia del ser? Tampoco; nos sabemos mortales, el desgaste de la vida nos hace sabernos mortales; no hay, pues, razón para alargar nuestra agonía.
            Mi razón para el no suicidio tiene que ver con esa virtud ¡tan cristiana, tan judía, tan musulmana!: la caridad. El suicidio es el acto más egoísta que existe; es privar al mundo de alguien tan humano que es capaz de amar. Tanto ama el suicida que piensa que a su ausencia sucederá una mejora del universo. Mas, parece que aquí hay contradicción. No la hay. El suicida ama, sí, pero su primer objeto de amor, su yo mismo, no lo corresponde; busca amor en el mundo, pero no lo satisface; vuelve repetidas veces a sí mismo pero su yo le causa tanto dolor que decide extirparlo. Su deseo “egoísta” de ser, paradójicamente, lo obliga a no ser.
           Proponía que una buena razón para no suicidarse es la caridad. O mejor dicho, el deber a la caridad. Yo soy kantiano, si usted no lo es, vale, suicídese. Aún así espero que encuentre buenos argumentos desde su postura filosófica para no hacerlo. Decía, no es deber en sí mismo preservar la propia vida, pero, al perecer hay buenas razones (que no expondré por conservar el don de la brevedad) para pensar que sí lo es procurar que los demás persistan en la suya. Nada ganan otros con mi muerte. Parece, más bien, que pierden. Yo no pierdo nada más que mi vida, pero los demás pierden alguien que podría hacerles bien. Pierden un posible acompañante de su inane camino…(Quiero pensarme así para justificarme)
            Comencé este texto creyendo que había argumentos para no matarse. Lo estoy terminando y vacilo de tal convicción. Ciertamente, hay razones menos filosóficas que sentimentales para seguir viviendo. Creo, mi melancólico lector,  que le terminaré debiendo los argumentos que tan preciosamente había pergeñado para tal empresa. Encuentre usted sus propias razones. Yo entiendo que un buen motivo para no suicidarse es la amistad. No me pregunté por qué, no sabré responderle.