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miércoles, 2 de agosto de 2023

A la gata Tintina

 

Te movías por la madrugada. Eras una con la callada garganta de la noche. Un maullido zigzagueante tropezaba con el muro y huías de los requiebros masculinos. Amanecía y al sol se le extraviaban unos rayos. El hambre saludaba en tu pellejo y en tus omóplatos como cardos melancólicos. El desaliento te obligó a tragar la luz de la tarde, y ésta, sin potencia alimenticia, se hospedó en la sombra de tu pelo y ahora eres carey.

     Un plato de sobras te esperó al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Tu maullido, que era más un rasguño suplicante en el silencio, que un maullido, te acercó una mano a la cabeza. Ignorabas lo que era el amor, y tal vez aún lo ignoras, pero has olvidado lo que es el miedo. Cicatrices extraviadas habitan las veredas de tu piel, y se descubren ocasionalmente en el acicalamiento diario, inocuas; o en el ritual de una caricia en donde se agazapa un ronroneo.

     Antes no era así, pero ya haces como si charlaras, y te burlas de mi humana convicción de que estamos conversando. Luego cierras los ojos bajo el sol, y eres ámbar y obsidiana sobre el concreto gris, y la hoz de tu pupila me mira al pasar, con esa vaga expectativa animal de la bendita indiferencia.