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domingo, 25 de mayo de 2014

Una tarde de lluvia.


Desconsolado consuelo,
cárcel en aquel perdido
charco anónimo en el suelo
y privación del olvido,

lluvia, lava estas heridas,
y si me ataca su ausencia,
son tus gotas desvaídas
pasto para la clemencia.

El tiempo, arena que corre,
humedecido en el llanto,
es lodo para que borre
las huellas del muerto encanto

de una esperanza cansada
de aguardar bajo el dintel
a que escampe la soñada
vida escrita en el papel.

Lluvia, cae indiferente,
monótona transparencia,
sobre el recuerdo doliente
de su herrumbada presencia.

Bombardea, minuciosa
y repentina el sondeo
de mi alma, y moja, ansiosa,
los rescoldos del deseo.

Cae, lluvia, no detengas
tu inaprensivo deceso.
Cae sutil y no prevengas
al transeúnte en su obseso

hábito de caminar
al sol, cuando es la tormenta
la que revela, al pasar,
que no es él quien se calienta.

Sigue tu caída, unívoca
sombra, como cae la vida,
y los sueños en la equívoca
agonía de esta herida.

lunes, 12 de mayo de 2014

Breve reflexión sobre la actividad filosófica


Lo interesante del estudio de las doctrinas filosóficas debería consistir en la posibilidad de maravillarse con preguntas que a uno no se le habían ocurrido y con respuestas que creía impensables.
    El adoctrinamiento consuetudinario se ha vuelto la primordial actividad de la filosofía académica. No afirmo, sin embargo, que la formación y el estudio de los autores clásicos deba ser desechado, al contrario. No quiero minusvalorar el trabajo de los intérpretes filosóficos; su tarea es imprescindible para un mejor acercamiento a los textos,  pero el filósofo no debe quedarse en la repetición de ideas pretéritas, debe hacerlas suyas, amalgamarlas y hacer modelos que respondan a sus preguntas más acuciantes. Todo filosofar es de principio ecléctico.  
    Ahora bien, la práctica filosófica contemporánea cada vez difumina más la estructura misma del filososfar: pregunta-respuesta. Uno lee textos sin preguntas qué hacerles. Deja que el autor le hable como maestro espíritual. La mayor parte del tiempo ni siquiera es claro contra qué se está luchando. Una idea arrojada a una palestra sin enemigo es inane, tendrá una victoria por omisión y se vanagloriará de su potestad en un campo vacío.  Nosotros, como pequeños filósofos, adoptamos ese vicio y defendemos nuestras ideas sin saber a qué responden. Esgrimimos una espada afilada que hiende sobre fantasmas. En otros casos, nuestros enemigos, si sabemos quiénes son, son los mismos que los del rey-autor, y los guillotinamos sin haberles dado nunca la oportunidad de interpelarnos.
    En este sentido digo lo siguiente: no adoptemos las preguntas filosóficas de otros sólo porque el brillo de los siglos los ha encumbrado. Si la pregunta por el Ser no es una pregunta que me carcome las entrañas, ¡no tengo por qué hacérmela!¡no es mi pregunta! Si, en cambio, nunca me ha la había hecho, pero en el momento de leerla se estremece mi alma, sé que es una auténtica pregunta que requiere mi atención. La sabiduría en esto consiste en saber que no todos se hacen las mismas preguntas.
    La filosofía es una actividad variopinta que es imposible (y sería indeseable, por cierto) de homogeneizar. Responde a la manera muy personal de enfrentarse al mundo. Cada filósofo debería ser un baluarte de pequeños sistemas filosóficos, ya sean parciales o totales, consistentes o no, eso es lo de menos. Lo importante es la actividad misma de pensar.