Desconsolado consuelo,
cárcel en aquel perdido
charco anónimo en el suelo
y privación del olvido,
lluvia, lava estas heridas,
y si me ataca su ausencia,
son tus gotas desvaídas
pasto para la clemencia.
El tiempo, arena que corre,
humedecido en el llanto,
es lodo para que borre
las huellas del muerto encanto
de una esperanza cansada
de aguardar bajo el dintel
a que escampe la soñada
vida escrita en el papel.
Lluvia, cae indiferente,
monótona transparencia,
sobre el recuerdo doliente
de su herrumbada presencia.
Bombardea, minuciosa
y repentina el sondeo
de mi alma, y moja, ansiosa,
los rescoldos del deseo.
Cae, lluvia, no detengas
tu inaprensivo deceso.
Cae sutil y no prevengas
al transeúnte en su obseso
hábito de caminar
al sol, cuando es la tormenta
la que revela, al pasar,
que no es él quien se calienta.
Sigue tu caída, unívoca
sombra, como cae la vida,
y los sueños en la equívoca
agonía de esta herida.