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martes, 11 de noviembre de 2014

Décimas por Ayotzinapa (son jarocho)

He aquí una introducción
que llora sobre la sierra,
del monte hasta la rivera,
con la guitarra de son.
Do do si si la la sol,
con un ritmo acompasado
que nos hable del pasado
del presente y porvenir
al escuchar el plañir
del sufriente encadenado.


Entre aquellos nueve montes
una voz clama en el viento
y ahora mismo es el momento
de mirar los horizontes
pintados por polizontes
de un plomizo carmesí
y si el cielo sigue así
que se levante la mano
en honor al yugo hermano
cuya voz reconocí.


Que si son de Ayotzinapa,
bajo el hierro ceniciento
expiran su último aliento
si una bala los atrapa
pero a ti también te mata
aquel lento simulacro,
donde hacen pensar que es sacro
estimar nuestra miseria,
asentarse en periferia
y esperar solo un milagro

(Solo de guitarra de son y jaranas)

Que si son de Ayotzinapa,
¡Ay que sí, válgame Dios!
No les digamos "adiós"
pues eso es poner la tapa
y guardar en la solapa
el clamor del estudiante,
por eso es mejor que cante,
no impulsado por dolor,
pues cantar por el amor
es mirar hacia adelante

viernes, 26 de septiembre de 2014

Una pregunta no formulada.

A mi amiga Alba, que ha compartido una parte de mi sensibilidad.

Una pregunta no formulada socava mis pasos.
Desde la inane madrugada
desbarro una intangible
lógica que me permita asirla.
Huye, se crispa entre mis dedos,
la suelto atemorizado,
me consume su carrera.
La pregunta gotea su inexorable veneno,
erosiona con su río inasible
un lecho deleznable de creencias.
La  duda prohija la sagrada saeta,
consumidora de dicha.
Trepida mi suelo,
se estría en infinitos matices.
La pregunta eclosiona
y en lugar de un monstruo ciclópeo
encuentro la superficie tersa
de un espejo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

A un sino extraviado.

Yo no sé si te hacen falta
las palabras que desgrano,
ni sé si con esto gano
aquel amor que resalta.

Yo no sé si en el severo
mundo de vigilia o sueño
existirá un claro Dueño
que retase el clavijero.

¿Y qué si el corazón yerto
tensa sus ajadas cuerdas
y de su pincel las cerdas
desgasta hasta quedar muerto?

¿qué si rebusca impetrando
en cada cosa un abrigo,
un fuego, un brazo, un amigo,
y todo resiste negando?

No es talento ni querer
lo que preciso en mi sino,
mas sigue vacuo el camino.
Y no sé, no sé, qué hacer.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Sin título

A veces me dan ganas de escribir algo profundo, pero suelo recordar que no hay nada que no haya sido dicho ya y que cualquier adoctrinamiento moral y metafísico es superfluo y no soy nadie para reconvenir las trivialidades del hombre. Me considero moralista desvaído y ceniciento, propenso a la melancolía, partidario de la exánime tradición de la verdad y militante del amor incondicional.No soy epígono de nadie ni tengo discípulos. Aunque misántropo y contradictorio, pienso que es tiempo de que nuestra estirpe se vuelque sobre el mundo. Hay que escanciar nuestra alma en la de los demás hombres. Borges habla de "la inmarcesible rosa que no canto [..] la de cualquier jardín y cualquier tarde". Así yo hablo del hombre, no del adámico hombre del paraíso o del inexpugnable hombre platónico; no del etéreo hombre abstracto habitante de la eternidad, sino del hombre que entretiene su tiempo en diversiones vanas y prodiga sus energías en empresas caducas. No quiero salutaciones optimistas ni razas cósmicas, quiero al hombre del instante, efímero y ominoso. Pero este hombre siempre está lejos. ¿Cómo llegar a él? Las palabras han erosionado un abismo entre él y yo; entre ella y yo; entre yo y yo mismo. Al final, cada uno seguirá su vida, ajeno a las angustias del otro.

martes, 8 de julio de 2014

Copla de amores

Un pequeño honor a la poesía popular, que no por popular es menos poética.

Copla de amores.

Ay, coplita, si se fue,
queridita, si se fue,
no me preguntes por qué,
la respuesta no la sé.

Mas no vayás a pensar,
coplita de mis pesares,
que un hombre en estos andares
ya no sabé qué trenzar

y que falta pa' cantar
temas serios del reposo,
si no sabés qués amar
no vale el agua del pozo.

Si se fue, no es por olvido,
estoy seguro (eso creo).
Eso sí, yo no era feo,
y no es que me haga cumplido.

Aunque me digas, canción,
que su mente me olvidó,
ella muy bien se cuidó
de enterrar mi corazón

para que en la remota alba
en que regrese, yo sé,
(y también ella sabé)
lo encuentre lucido en malva.

domingo, 25 de mayo de 2014

Una tarde de lluvia.


Desconsolado consuelo,
cárcel en aquel perdido
charco anónimo en el suelo
y privación del olvido,

lluvia, lava estas heridas,
y si me ataca su ausencia,
son tus gotas desvaídas
pasto para la clemencia.

El tiempo, arena que corre,
humedecido en el llanto,
es lodo para que borre
las huellas del muerto encanto

de una esperanza cansada
de aguardar bajo el dintel
a que escampe la soñada
vida escrita en el papel.

Lluvia, cae indiferente,
monótona transparencia,
sobre el recuerdo doliente
de su herrumbada presencia.

Bombardea, minuciosa
y repentina el sondeo
de mi alma, y moja, ansiosa,
los rescoldos del deseo.

Cae, lluvia, no detengas
tu inaprensivo deceso.
Cae sutil y no prevengas
al transeúnte en su obseso

hábito de caminar
al sol, cuando es la tormenta
la que revela, al pasar,
que no es él quien se calienta.

Sigue tu caída, unívoca
sombra, como cae la vida,
y los sueños en la equívoca
agonía de esta herida.

lunes, 12 de mayo de 2014

Breve reflexión sobre la actividad filosófica


Lo interesante del estudio de las doctrinas filosóficas debería consistir en la posibilidad de maravillarse con preguntas que a uno no se le habían ocurrido y con respuestas que creía impensables.
    El adoctrinamiento consuetudinario se ha vuelto la primordial actividad de la filosofía académica. No afirmo, sin embargo, que la formación y el estudio de los autores clásicos deba ser desechado, al contrario. No quiero minusvalorar el trabajo de los intérpretes filosóficos; su tarea es imprescindible para un mejor acercamiento a los textos,  pero el filósofo no debe quedarse en la repetición de ideas pretéritas, debe hacerlas suyas, amalgamarlas y hacer modelos que respondan a sus preguntas más acuciantes. Todo filosofar es de principio ecléctico.  
    Ahora bien, la práctica filosófica contemporánea cada vez difumina más la estructura misma del filososfar: pregunta-respuesta. Uno lee textos sin preguntas qué hacerles. Deja que el autor le hable como maestro espíritual. La mayor parte del tiempo ni siquiera es claro contra qué se está luchando. Una idea arrojada a una palestra sin enemigo es inane, tendrá una victoria por omisión y se vanagloriará de su potestad en un campo vacío.  Nosotros, como pequeños filósofos, adoptamos ese vicio y defendemos nuestras ideas sin saber a qué responden. Esgrimimos una espada afilada que hiende sobre fantasmas. En otros casos, nuestros enemigos, si sabemos quiénes son, son los mismos que los del rey-autor, y los guillotinamos sin haberles dado nunca la oportunidad de interpelarnos.
    En este sentido digo lo siguiente: no adoptemos las preguntas filosóficas de otros sólo porque el brillo de los siglos los ha encumbrado. Si la pregunta por el Ser no es una pregunta que me carcome las entrañas, ¡no tengo por qué hacérmela!¡no es mi pregunta! Si, en cambio, nunca me ha la había hecho, pero en el momento de leerla se estremece mi alma, sé que es una auténtica pregunta que requiere mi atención. La sabiduría en esto consiste en saber que no todos se hacen las mismas preguntas.
    La filosofía es una actividad variopinta que es imposible (y sería indeseable, por cierto) de homogeneizar. Responde a la manera muy personal de enfrentarse al mundo. Cada filósofo debería ser un baluarte de pequeños sistemas filosóficos, ya sean parciales o totales, consistentes o no, eso es lo de menos. Lo importante es la actividad misma de pensar.


domingo, 20 de abril de 2014

Objeción al concepto de "vivir verdaderamente" o Elogio del sedentarismo


Discúlpeseme la asistematicidad de estas reflexiones sobre la vida activa y la inactiva.


I

    Vicente Blasco Ibañez, un hombre de un pundonoroso vigor (político, presidiario, indigente, millonario, fundador de pueblos y, entre todos esos oficios, novelista), dice en una carta, al referirse con un poco de sorna a los literatos empedernidos, lo siguiente: "yo soy un hombre que vive, y además, cuando le queda tiempo para ello, escribe". Identificar la vida, el concepto de vida por antonomasia, con el de la vida activa es esencialmente un error. Esto es lo que intentaré demostrar.
    Como es bien claro, la palabra vida en la cita de Blasco conlleva una carga valorativa con la que comulga la mayoría de la gente. Se cree que la verdadera vida, la auténtica, es aquella que se vive en constante actividad: viajando, gestando proyectos, inventando.
    El origen de este valor, en el plano subjetivo (no intentaré hacer un desarrollo histórico pues sobrepasa mis capacidades) según alcanzo a ver, tiene dos fuentes. La primera es que el que la afirma, como en nuestro ejemplo, sea de ese tipo de personas y justifique su vida identificando la vida misma con el estilo de la suya. La segunda, que el que lo afirma tenga deseo de ejercer una vida así.
    La mayoría de la gente cae en la segunda categoría. La razón es simple: no todos tienen el temperamento o los recursos para ser aventureros. ¿Por qué entonces están convencidos de que la vida activa es lo más deseable, esto es, lo más valioso? Me aventuro a decir que es porque el aventurero es efigie de felicidad y plenitud.
    Se cree que la multitud de experiencias, en un sentido lato, enriquece automáticamente al individuo. Alguien que haya viajado mucho o asistido a muchos talleres es mejor persona, más interesante o plena (sea lo que sea que esto signifique). Lo anterior es falso. Cuando el suelo en donde cae la semilla es infértil por disposición será vano el fruto. Pero, si es fértil, cualquier simiente que caiga se verá ferazmente multiplicada. Así, tenemos un Immanuel Kant, que nunca salió de su pueblo. No soy tan reacio para decir que la diversidad de vivencias no enriquezcan al individuo, sino que ataco la concepción necesaria de esta idea. Quiero decir que un largo historial que experiencias no es equivalente, por implicación, a una vida con más valor.
    ¿Qué nos da derecho para considerar un estilo de vida intrínsecamente más valioso que otro? Desde una ética pragmática o consecuencialista (una que dice que lo importante son las consecuencias de los actos, sin importar la intención, procurando el mayor bien para la mayor cantidad de personas), evidentemente tiene más valor la vida del activo en comparación con la del inactivo. Yo no quiero sostener una ética de ese tipo, ya que mi sentimiento me decanta por propugnar la dignidad de la vida por sí misma. Mi postura no es como la de Spencer, esto es, un evolucionismo cuyo basamento axiomático ( de valor) radica en la vida como fenómeno físico. No me interesa la vida como fenómeno físico, sino como fenómeno moral. Y sólo el ser humano, hasta donde sabemos, es sujeto de moralidad.
    La elección o deseo de un modo de vida descansa en ciertos parámetros personales y sociales. Si por ejemplo, estoy compenetrado con la idea de que una vida aventurera me dará felicidad y soy básicamente infeliz, mi deseo tenderá a entronar este ideal e identificarlo con la idea de la vida; todo lo demás que no cumpla con las características preseñaladas no será vida, sino un remedo de ella. Como ya se vislumbra, la idea de que la vida activa es la vida por excelencia carece de fundamento. Son los prejuicios y deseos colectivos los que le dan vigencia. Cualquier vida humana (dentro de la ética que sostengo) tiene dignidad por sí misma; su valor no es conmutable o equivalente a sus acciones cuantitativamente consideradas, sino a sus intenciones y en último término a la felicidad obtenida de los actos, basados en convicciones reflexionadas y no solamente socialmente impuestas. En estos términos, la vida contemplativa o el sedentarismo no va en zaga a la de talante aventurero.
   
    II

    Ahora viene la parte encomiástica. ¿Por qué el sedentarismo conviene a algunos espíritus faltos de explosividad y de recursos económicos? ¿Y quién mejor que un sedentario avesado para defender esta postura? La inactividad tiene sus ventajas. La autarquía (capacidad para gobernarse a uno mismo), tan ponderada por los estoicos, desempeña un papel insustituible. La vida activa siempre conlleva un salirse de sí mismo. La mitad del éxito de las empresas propuestas, por tanto, se deberá al azar y no sólo al sujeto actuante; en cambio, si se es sedentario, la mayoría de los proyectos dependerán de uno mismo, pues de hecho no hay muchos qué realizar. El autogobierno traerá a la postre una impertérrita tranquilidad. Veamos por qué. La tristeza parece provenir, la mayoría de los casos y cuando no es patológica, de los deseos incumplidos. El sedentario, si ha elegido su modo de vida reflexivamente, verá que obliterando los deseos, que en muchos casos provienen de presiones sociales (como se dijo en el punto anterior) logrará desembarazarse de angustias.
    La vida inactiva, asimismo, está más cercana a la contemplación, último grado de conocimiento postulado por Aristóteles, y también al éxtasis de los místicos medievales. Podemos decir que comulga con ideales de diferentes credos religiosos, aunque si nos adentramos un poco, esto sería inexacto, por ejemplo, interpretaciones del cristianismo recomiendan la vida comunitaria y dinámica en contraposición con la anodina vida del asceta. Dejando de lado esto, hay que aclarar un punto: el sedentarismo no es equivalente al egoísmo y a la desatención por el prójimo. Uno puede estar pletórico de amor y aún así ser inactivo. Cómo es esto posible, es material para otro ensayo, pues habría que analizar qué significa amar y las prácticas para la exteriorización del amor. Sólo baste decir que el compromiso con la humanidad no se ve menoscabado por llevar una postura sedentaria.
    Cerremos el texto con unos de los más famosos versos de Fray Luís de León:
   
    Vivir quiero conmigo
    gozar quiero del bien que debo al cielo
    a solas sin testigo,
    libre de amor, de celo
    de odio, de esperanza, de recelo.

martes, 4 de febrero de 2014

Manual para escribir un ensayo filosófico sin esfuerzo, de tal manera que parezca profundo.



Ahorrémonos el prólogo de reconocimiento con el lector que explica lo difícil que es escribir un ensayo filosófico y cómo las noches de desvelo y las mañana de factura a veces no dan el resultado deseado, y pasemos al quid de nuestro asunto. Divido el ensayo en cuestiones de fondo y de forma, las primeras atañen a la manera de desarrollar el contenido, las segundas son consejos más precisos que te convertirán en todo un amo del discurso profundo.

Cuestiones de fondo:
            En primer lugar, un ensayo profundo (1) debe ser extenso. Nada que valga la pena decirse puede ser despachado en dos o tres cuartillas. No. Hay que envolver al lector en nuestra sapiencia, hacerlo partícipe de nuestra revelación divina, hay que provocarle el mismo estado extático que nosotros sentimos al sumergirnos en el marasmo irrefrenable de un yo plural objetivándose en el logos visual. Esa dialéctica entre el papel y el escribiente debe rendir munificentes frutos, un opimo banquete filosófico que harte la oronda avidez de conocimiento de nuestro lector. Con esto quiero decir que no puedes darte el lujo de ser lacónico, puntual ni ordenado. Deja que la pluma corra incontenible, no te detengas a pensar lo que vas a poner, si lo piensas, es mala señal.
            Como ya dije, hay que evitar todo orden conceptual. Lo profundo no puede ceñirse a los estrictos cánones del discurso, porque es en sí mismo irracional, abierto e inaprensible, inefable si se quiere. En el momento en que notes que has desarrollado un argumento, detente, toma un respiro y no sigas. Puede ser que haya algo en tu corazón que te impela a argumentar. Mata a tu duendecillo lógico, no lo necesitarás. La naturaleza esencial de lo profundo exige el caos.
            La profundidad está tan rodeada de tópicos, que siempre es sensato nombrarlos como un aura que orbita y promete una futura elucidación. Con esto quiero decir que una estrategia útil para desarrollar tu profundidad es arrojar una lluvia de objetivos poco inteligibles, prometiendo su posterior desarrollo a través del texto, pero sin hacerlo realmente. Este mi ensayo que ahora escribo,  y que tú estás leyendo, aunque no lo creas, tiene implicaciones epistemológicas, ontológicas y de corte político-marxista, su esclarecimiento es propio de una ulterior hermenéutica que explicaré en su momento ( no te preocupes, de hecho nunca voy a explicar nada de eso). Sin embargo, nunca digas al principio qué es lo que vas a tratar; el lector se irá dando cuenta de que algo tan profundo como tus pensamientos no admite un plan esquemático de trabajo.
            Por último, tenemos un punto que oscila entre fondo y forma y por eso lo pongo al final. Para agregar un toque intelectual, siempre es bueno utilizar todas las metáforas posibles. Debes exornar tu ensayo como una mañana de otoño ensangrentada con las infinitas lágrimas de los robles evanescentes y moribundos de una Castilla vieja y olvidada.



Cuestiones de forma:
Aquí vale la pena enumerarlas, aunque pierda profundidad en mi ensayo, pues me solazaré con algunos ejemplos precisos (algunos inspirados en textos reales)
1) Comienza tu ensayo con una cita textual. No me refiero a un epígrafe. Empieza propiamente el cuerpo del texto con una cita, de preferencia que sea de algún poeta desconocido, ya sea vanguardista, chino, hindú o, si quieres ser conservador, latino. Con esto manifestarás que el tema a tratar es algo tan profundo que sólo los antiguos y preclaros maestros pudieron entrever, y que es gracias a su frase (que tu reproduces idolátricamente) que se abrieron las puertas a un desarrollo (que por cierto tú haces) verdaderamente cabal.
2) Utilizar palabras o frases en otros idiomas siempre incrementa exponencialmente la profundidad de un texto, sobre todo si las tales no están traducidas y podrían sustituirse con su correspondiente en español sin perder sentido. Minusvalorar la capacidad expresiva del idioma propio es indispensable para hace un ensayo penetrante.
3) Junto con lo anterior, siempre es bueno recurrir a las etimologías, esto es, del griego étimos, que quiere decir verdadero, y logos, que significa palabra. El análisis de las verdaderas palabras (hombre, qué fuerte suena eso) te catapultará a los más recónditos recovecos de la profundidad filosófica. No importa que no sepas muchas, el diccionario de la RAE te proporcionará buenas herramientas, y a veces es tan sólo necesario fingir una íntima identificación con las palabras para cautivar a nuestro especial lector.
4) Los juegos de palabras son muy provechosos, pero no los juegos graciosos, sino los que parecen profundos, aquellos que tejen fino y hacen relaciones tan sutiles que parecen inverosímiles. Existe, sin lugar a dudas alguna cadena de filosofemas que une el concepto “macarrón”, con el concepto “a priori”, no lo dudes. (Yo no la desarrollo porque tal vez necesitaría hacer otro ensayo, y me fatigo.)
5) Pon, coloca, sitúa, materializa, recurre, esgrime, cita, traba, instala, ubica, utiliza la mayor cantidad de sinónimos posibles. Si tu mente está frita, cansada, abrumada,  colmada, embarazada, incómoda o indispuesta, puedes utilizar cualquier diccionario de sinónimos accesible, aprovechable, beneficioso, útil o disponible en Internet.
6) Fragua tus vocablos de tesitura poco técnica y adjetívalos con el primer cultismo que te venga en mente. No definas. La definición es un acto inmarcesible. Lo anterior resulta una herramienta poderosísima en el discurso filosófico profundo: atrae la atención del lector, lo deja estupefacto, dubitativo, no sabe si es tonto o no ha entendido tu ebúrnea y póstuma utilización del lenguaje. (Lo de inmarcesible, ebúrneo y póstumo son ejemplos de esta utilización, por cierto). Sacrifica totalmente la claridad por la poética abstrusa. En palabras claras, no uses las palabras según lo que significan, sino según te venga en gana.
7) Y por último, pero imprescindible, haz oraciones, en cuanto sea posible y la disponibilidad intelectual, no como capacidad racional, sino como habilidad casi de artesano para el discurso, lo permita, lo más largas posibles. Aquí la oración principal era “Haz oraciones lo más largas posibles”, ¿pero por qué dejarla desnuda? No le vienen mal otras tantas oraciones subordinadas, tantas que se pierda el sentido original de la principal. Después de eso. Haz oraciones cortas. Ínfimas. Sí. No. Oscila entre esas dos maneras de expresarte y lograrás mantener la tensión durante todo tu ensayo.

Consideración final:
Debo agradecer, caro lector, que hayas llegado al final de este texto, yo mismo no lo veía. La razón de escribirlo radica en invitarte a la claridad, a la disputa de ideas, no de palabras. Sólo una prosa ágil, en estos tiempos de abundancia verbal, nos permitirá el acceso a una cantidad mayor de lectores. Profundidad no es igual a dificultad. Dejemos las discusiones bizantinas y hagamos filosofía.


(1) Utilizo el término “profundo” queriendo decir “aparentemente profundo”

miércoles, 15 de enero de 2014

Ensayo sobre un perdedor (o palinodia del que nunca dijo nada).


Este es un ensayo sobre un perdedor. No hay misterios, no hay historia, no hay desarrollo ni desenlace, porque los perdedores no tienen historia. El título en sí mismo es ya sintomático: un perdedor queriendo llamar la atención con su miseria emocional desnuda y clamante, escandalosa y amarillista. Busca ser compadecido, pero sin hipocresía, porque ha probado el amargo sabor de la misericordia, que esconde la superioridad ajena. El perdedor no se conmueve de los demás, no compra empatía empaquetada en concursos fotográficos y películas clasificación C, porque conoce la tristeza. El perdedor es un observador frustrado, un ser pasivo. Inconciente de su estado, adjudica a la trama del mundo su infeliz suerte. Las menos de las veces, atiende a que él mismo - tal vez - es causa de su propio mal. Y es doblemente desdichado.
Al perdedor le gusta caminar de espaldas, porque sólo así ve todos los caminos que no tomó, por eso camina lento, tan lento que parece que no avanza. A veces intenta volverse bruscamente, pero cae de narices en el suelo y, adolorido, retoma su parsimonioso paso ciego.
El perdedor no intenta más de dos veces la misma cosa, porque su inducción es apresurada y sabe que es mejor no retar el incomprensible celo del universo de hacer las cosas parecidas. Se rinde fácilmente pues contraviene a su naturaleza no hacerlo. El denuedo y el brío le fueron arrebatados al nacer.
El perdedor ama secretamente. Sabe que su amor es tan grande, que, de dejarlo salir, haría explotar el mundo. Lo dosifica y lo da en pequeñas porciones, tan pequeñas que los demás lo creen mezquino. Pero no hay nada más falso que eso. Él cuenta las tintineantes monedas de su amor y teme que si abre la compuerta de su bóveda, se le escape todo, sin posibilidad de detenerlo o recuperarlo.
Es anónimo. El perdedor borró su propio nombre. Se le olvida que los perdedores no necesitan máscara, pero se empeña en labrar, entre sombras, informes copias de sus interlocutores. Impone la discreta rutina de la variación y el infinito hábito de esperar lo que ya pasó.
El perdedor cumple su preciso papel: dejándose perder, compensa en la balanza del tiempo el enorme esfuerzo de los genios. El perdedor es la infinita raíz de una inmarcesible rosa. No contento con eso, se afana por reproducir su estirpe en invariables ladrillos que sostengan a un sólo hombre.  Al final, secretamente, entiende que el entramado de la existencia es algo demasiado complejo para el alma de un hombre y se deja morir en línea recta.