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jueves, 16 de mayo de 2013

Tres musas.

Esencialmente, un escritor escribe para que lo lean sus amigos. Borges señala casi al principio de su libro Fervor de Buenos Aires : "Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor." Puede que un lector  de la fortuita circunstancia  se extravíe y termine leyendo esto; pero las nadas de los amigos son más íntimas, y siempre para ellas, nunca para otras, es para que se escribe. Hecho este preludio, comienzo.
Hablaré, como jugando, de tres musas. Pero no son las tres musas griegas de las que habló Pausanias en quién sabe dónde (1). Sino de tres musas de carne y hueso que hallo y pierdo esporádicamente en la facultad de filosofía. Se supone que son inspiraciones, numenes divinos, pero no me han prodigado ni un triste soneto, ni una cuarteta, ni un epigrama. ¡Tú no mereces siquiera un epigrama! así les diría Ernesto Cardenal, sí. (Perdón por el exabrupto.) 
A la primera de ellas la llamaré Meletea, porque tiene cariz de meditabunda. No sé su nombre y no me interesa saberlo, la ignorancia en estos casos siempre es mejor, pues cuando más se ignora, más se puede inventar y, por tanto, escribir. Además, la poesía es siempre producto de la insatisfacción o la indeterminación. Esto es parte de mi teoría de las musas, que, si Dios me da bien, algún día escribiré. Como decía: tiene cabello rubio y ondulado, como espigas durmientes; no recuerdo si lo tiene largo o corto, en todo caso, tiene cabello, y le sienta muy bien. Es muy menuda y de baja estatura;  los huesos de su clavícula sobresalen ligeramente, lo que le da cierta elegancia. Tiene dos océanos en lugar de ojos. Aparece de la nada con una mirada que ya se pone severa, ya comprensiva, por Zeus sabe qué inextricables causalidades.
A la segunda la llamaré Mnemea, porque una vez la ví con un diccionario, que es símbolo de la memoria (por lo menos para mí lo es; alguna vez escribí un poema sobre los diccionarios, que, paradójicamente, naufragó en el Leteo). Su cabello es oscuro y rizado, como si el pergamino de la noche se ramificara en incontables helicoides. Usa lentes orbiculares (lo que quiere decir redondos), los cuales son una antesala bastante interesante para sus ojos. Tiene una sonrisa enorme. Sonríe y es pura felicidad. Eso me hace pensar que el nombre que le puse tal vez no sea tan cabal, pues nadie, que yo conozca, analoga la memoria con la felicidad. Tiene labios encarnados, nariz ligeramente respingada y esas cosas que suelen exhibir las musas y que los poetas poco poetizan por ser las partes más difíciles de comparar con las sublimidades de la naturaleza. Pero, ¿por que no en lugar de decir "sus labios son como una flor" decimos, "esa flor, ¡ay esa flor! si supiera cuanto más hermosos son los labios de ella, se marchitaría de tristeza" ?
La tercera la llamo Aedea, sin razón alguna. Imagínesela una Afrodita de Praxíteles, pero más delgada y de cabello lacio. Ahora imagínesela vestida con pantalones holgados y un delgado suéter ondulante al viento. Ahí la tiene. Creo que estudia historia, quién sabe, la ví una vez salir de un salón en donde yo tenía clase inmediatamente; de ser así, le quedará mejor el nombre de Clío. Quién sabe.
Para terminar, me gustaría bautizar a algunas otras musas que no tienen su podio en esta trinidad, pues tampoco me han inspirado canciones, décimas, silvas, zéjeles.. ¡tú no mereces siquiera un zéjel! (perdón, de nuevo, por el exabrupto), pero sí han usurpado algo a la belleza platónica. Éstas son: Calíope, muy elocuente e inteligente, de ella es la única que sí se el nombre, pero tiene tan poca sutileza que ni Petrarca le cantaría con tal,  y Thaleia, que le gusta divertirse rizando su cabello con los dedos y tiene una mirada tan perdida que a uno no le resultaría extraño verla caer en algún agujero.
Fin.

(1) Éstas son Meletea (Meditación), Mnemea (Memoria) y Aedea (Canto)