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miércoles, 10 de junio de 2015

La naturaleza de escritor



El escritor es de naturaleza proteica, pero el común denominador de sus metamorfosis es el de querer decir algo. Es alguien cuya mente está poblada de inenarrables fantasías, ficciones perversas, intenciones sublime o ideales inconcebibles, complejos denigrantes, pasiones virtuosas o reprobables, en fin, todo una madeja de inextricable de ideas; mas eso no es lo que lo caracteriza, pues no hay hombre que haya pisado la  Tierra y no tenga un poco de heroico y cobarde. Su verdadera naturaleza mora en su irresistible tendencia al lenguaje, pero, a la vez, en su soledad profunda con él. El escritor escribe porque no puede compartir con nadie sus fantasmas. Sin la máscara de la pluma ágil y elegante, es un monstruo prejuzgado, tildado de protervo o idealista. Eterno denunciante de las bajezas humanas, es proscrito en el cotidiano. Pero las torpezas de las que adolecería en el trato común se ven sublimadas en su palestra y los ignaros le aplauden y en cada palma dicen "!Queremos conocer nuestras propias miserias y excelencias, pero ocúltanoslas en literatura!"
Cada texto es un intento fallido de trasuntar lo que ocurre en su procelosa mente. ¡Qué paradoja de la existencia: un amante de la expresión se encuentra siempre imposibilitado de expresar su más íntima intuición! Toda expresión pretende ser perentoria, pero el lenguaje es una asíntota del alma. No existe el texto definitivo. La obra no es sino el esfuerzo espiritual por enmarcar rígidamente en la sucesión verbal del tiempo ciertas luces y tinieblas que rigen la vida del autor. Cuales sean esas sombras es algo que sólo sabe el que esto escribe.