Nota
previa: Aquí sólo propongo un posible análisis para esclarecer el sentimiento
de enamoramiento y así sobreponerse poco a poco a él. Aunque mi tendencia
personal es ésta, no soy nadie para ponderar el uso de la razón sobre los
sentimientos. Otra cosa que haré notar es que distintingo entre amor y enamoramiento. El amor, en todos sus niveles es harto más complejo y no lo trataré en mi texto.
Por
enamoramiento entiendo aquel sentimiento involuntario consistente en un fuerte
deseo por una persona, y que procura reciprocidad, dada o pensada la cual
resulta la felicidad desbordada del enamorado,
y quitada o pensada como insatisfecha resulta en su tristeza.
Las causas
químico-biológica de su aparición son tema que no me atañe. Mi labor sólo
consistirá en esbozar cómo se manifiesta mentalmente.
Para
facilitar la exposición, inventaré (la literatura lo permite) una enamorada. Su
nombre será Marcela, como la enamorada de Grisóstomo (Quijote, Cap. XIII), que, para estos efectos, poco importa
su constitución física y espiritual, sólo hemos de saber que es bella y tiene
ciertas gracias y dones.
En primer
lugar, vemos a Marcela y acaece una especie de prendimiento involuntario; nos
parece de una hermosura inigualable y es ahí cuando se manifiesta la primera
proyección. Marcela es igual a Belleza,
y Belleza es igual a Bondad y a Verdad (la triada ontológica de Platón). Del plano estético pasamos al moral y del
moral al epistemológico
Hasta este punto la enamorada sigue
siendo un símbolo de perfección, es una Idea. Falta confrontar esta Idea con la
realidad o, como quien dice, hablarle. Si no le hablamos y de ello no se sigue
ninguna tristeza, no hay razón para hablarle.
Supongamos
que de no hablarle si sigue una tristeza: le hablamos (el éxito de las primeras tentativas es totalmente
impredecible). En el primer encaramiento, la Idea de la enamorada y la
enamorada real pueden no diferir, pero, necesariamente, ha de irse modificando
nuestra Idea con el paso del tiempo.
Ya hemos pasado varias
conversaciones con Marcela y, aunque su Idea se ha modificado un poco, los
datos empíricos que ahora poseemos de ella han enriquecido dicha Idea, o, por
lo menos, no la han mermado. En estos momentos es cuando comienza la tarea de
buscar la reciprocidad amorosa, de lo cual no hablaré en este texto. (Puede
inquirir, caro lector, consejo en mis dos primeros textos de “Trilogía de
manuales para el poeta neófito”). Ahora bien, supongamos, como en la historia
del Quijote, que Marcela no nos corresponde. Como sabemos, de la no
correspondencia amorosa se sigue la tristeza, pero no queremos estar tristes
(1). Después de todo larguísimo este preludio, es aquí donde entra el
análisis racional para desterrar el enamoramiento, causa de la tristeza.
Berkeley, influenciado por Locke,
entendió que no hay nada en una cosa que no sean sus propiedades. Si le
quitamos a una manzana su color, sabor, forma, etc… no nos queda nada; no hay
ninguna substancia debajo. Sin embargo, podemos creer que si a Marcela le
quitáramos todas sus propiedades, todavía habría una “Marcela” substancial a la
cual amar. Nos resistimos a pensar que suceda lo mismo que con la manzana, pero
no hay razones fundamentadas para sostener tal intuición. Pensamos que incluso
si Marcela cambiara el color de su cabello o aprendiera a bailar o lo que sea,
la seguiríamos amando, pero lo que sucede es que tenemos una idea errónea de lo
que es Marcela. Marcela es un conjunto de propiedades, de las cuales unas
pueden cambiar sin afectar el concepto general de Marcela. Hay un cierto tipo
de propiedades esenciales que hacen a Marcela ser Marcela (vaya Dios a saber
qué quiere decir esto).
Las propiedades tienen distintos
tipos de relaciones, a las cuales yo llamo acciones. Por ejemplo, a la relación que tiene la
propiedad de ser un lápiz con la propiedad de ser un papel, se le llama
escribir (este es un ejemplo demasiado generalizador, puesto que ser lápiz
consiste en tener varias propiedades, al igual que ser papel, y la relación en
que se encuentran es de contacto directo y movimiento, entre otras cosas)
Tenemos pues, que Marcela es un
conjunto de propiedades y relaciones o acciones (2). Cuando nos enamoramos, nos
solemos enamorar de las propiedades. “Qué bella es Marcela, tiene cabello de
plata y manos de aurora” decimos, refiriéndonos a sus propiedades; pero, si
consideramos el asunto con detenimiento − que es para lo que escribí este texto
− nos daremos cuenta de que, por más
idealistas que seamos (en un sentido un poco peyorativo) es imposible amar solamente a las
propiedades. Uno no cohabita con las propiedades per se de otras personas, Toda propiedad siempre se da en una
relación, esto es, siempre se convive con las acciones.
Llegado a este punto podemos ir
dilucidando si nuestro enamoramiento es totalmente justificado. Si amamos sus
ojos, sus manos, su cabello, etc… Estamos viendo las cosas mal. En esta
situación no es más diferente amar a Marcela que a una quimera. Por tanto, si
no tenemos contacto con las acciones de Marcela, podemos tomar nuestro
enamoramiento por simples imaginerías y desterrarlas con el plumero de la
razón. La imaginación en este punto juega un papel pernicioso, pero antes de
explicar su funcionamiento al respecto, diremos qué sucede cuando se logra
saltar del enamoramiento de las propiedades al de las acciones.
En el cotidiano “estar-juntos” (3)
con Marcela − que es lo que habría de ocurrir si conseguimos su amistad o si el
enamoramiento deviene en relación amorosa (pero recordemos que la premisa de
este texto es que hay un rechazo palmario por parte de la persona amada) − estaremos impelidos a enfrentarnos con sus
acciones particulares, la cuales, a la postre, modificarán la Idea que tenemos
de ella, positiva o negativamente. Si la modifican negativamente, miel sobre
hojuelas, la Idea perderá vigor y con ella el enamoramiento. ¡Si no, es hora de
utilizar todo el poder de la razón!
El motivo por el cual el
enamoramiento sigue actuando es que se nos ha colado por un intersticio de la
mente el líquido maravilloso y funesto de la imaginación. La imaginación (lo
supusieron los racionalistas y, después de ellos, Kant) no dejará de tentar al
entendimiento y a la voluntad con objetos inexistentes. En este caso, el objeto inexistente al que
nos impulsa es "la correspondencia amorosa de Marcela”. Esto, como sabemos, tiene existencia actual, pero la imaginación lo coloca como
algo posible en sentido moral, en el futuro. La esperanza, ese vicio para
Séneca y Spinoza, es la raíz de nuestra tristeza. Así, debemos proscribirla
totalmente, sabiendo que nada conocemos del futuro y que cualquier pretensión a
imaginarlo es vana.
Estando concientes de ello, la Idea
perderá fuerza con el tiempo y el enamoramiento se irá (o no). Al final, si
todo esto no sirvió, usted, caro lector, será la más desgraciada persona del
planeta, pero aún puede ser poeta.
(1)
Victor
Hugo decía que la melancolía es la felicidad de estar tristes. Para el poeta o
el filósofo es productiva la tristeza. Pero hablando en términos generales,
nadie la desea naturalmente.
(2)
Cuando
ella corre, lee, habla, etc. está disponiendo sus propiedades de tal manera que
dicha disposición se manifiesta en una acción.
(3)
Horrible
término, pero lo utilizo para no repetir “convivencia”
Gonzalo G.T.