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domingo, 16 de junio de 2019

Sobre libros intonsos y la labor de la filosofía

Se le llama "intonso" a un libro encuadernado de tal manera que no se le han cortado los pliegos de las páginas. Esto quiere decir que, por ejemplo, las página 2 y 3 vienen unidas por el margen exterior, de tal modo que para separarlas hay que pasarle una navaja. Así, si no se han separado, sólo se pueden leer las páginas 1 y 4.
    Antes de los años 60's no era raro que se vendieran libros intonsos, y actualmente, con un poco de suerte, uno puede encontrar ese tipo de ejemplares en las librerías de viejos.
    El caso aquí es que yo me compré un pequeño libro de este talante: "El puesto del hombre en el cosmos" de Scheler; una ardua obra de filosofía técnica, ya clásica dentro de la tradición axiológica.  Y aquí es cuando comienza mi elucubración, que nada tiene que ver con el contenido del libro.
    Como suele suceder con lecturas que han pertenecido a otra biblioteca, ésta estaba prolijamente subrayada y anotada con tinta (la pertinencia o no de tal práctica polariza a los bibliófilos, por lo que no daré mi opinión al respecto). Pero si el lector me ha seguido con atención hasta ahora no puede más que hacer el siguiente razonamiento, cuya sistematización le ahorro yo:

1) Si el libro está subrayado, entonces es verosímil pensar que fue leído.
2) Un libro intonso no puede ser leído correctamente por el problema ya aludido.
3) Es un hecho que el libro que me compré era intonso y estaba subrayado.
Esto nos deja con la perplejidad de un objeto instanciando una paradoja.
Pido al lector que antes de continuar visualice mentalmente con claridad la situación que le acabo de presentar, pues gran parte de la argumentación que sigue depende de ello.

Existen dos posibilidades:

Primera posibilidad: el sujeto en cuestión subrayó pasajes al azar para aparentar que sí leyó el libro, o simplemente porque le gusta subrayar libros en pasaje aleatorios. Esta queda descartada por implausible y porque realmente no explica demasiado.

Segunda posibilidad: el libro fue de hecho leído, pero no cabalmente, de lo que se desprende que el lector:
a) Era consciente de que no leyó el libro correctamente, pero aun así no quiso cortar las páginas.
b) Era un ignorante redomado y no sabía que a los libros así hay que separarle las páginas.
b.1) Atenuando el apelativo de ignorante, simplemente diríamos que era extremadamente distraído y leyó el libro saltando páginas ocasionalmente.

Discutamos primero la hipótesis a). Uno podría argüir que el lector era algún tipo de coleccionista tiquismiquis que quería preservar en estado de virginidad inmaculada su ejemplar y por eso decidió no cortar las páginas. Pero esta hipótesis queda descartada, puesto que un coleccionista así no se atrevería a mancillar con tinta su ídolo. Por tanto, no es plausible pensar que era algún tipo de bibliófilo.

Aunque, para alguno que esto lea, la hipótesis b) podría parecerle la más acertada, yo la voy a descartar por poco caritativa. Uno no simplemente postula la estupidez como la mejor explicación. Independientemente de que esto pueda ser cierto en algunos casos, no hace justicia a la complejidad de la experiencia humana. Es por ello que me adelanté y desplegué la hipótesis b.1), a mí ver, la más interesante, por lo siguiente.
    Supongamos que el antiguo dueño y señor de mi libro era rotundamente distraído, con una distracción oronda, turgente, casi palpable, y no se dio cuenta de que se saltaba algunas páginas en su difícil lectura (recordemos que la temática es filosófica, es decir, nada sencilla), porque ¿quién se anda fijando en el número de la página mientras lee? Supongamos, pues, también, que él no tenía ese hábito. No notó que después de terminar de leer la página 41, digamos, pasaba a la 44. Y así siguió hasta que terminó el libro. Imaginemos a este pobre lector conturbado, con el ánimo oscilante entre la desazón y desamparo. Poco ha de haber comprendido pese a sus esfuerzos de rotular lo más relevante con su perentorio bolígrafo azul. Al final, decidió malbaratar su adquisición a un librería de viejos, y pasados los años llegó a mí, el que esto escribe.
    Lo anterior da lugar a una reflexión filosófica nada ociosa. ¿En qué medida la complejidad, la oscuridad y la profundidad se han confundido en filosofía, al grado de que un lector no se diera cuenta de que a su lectura le faltaban fragmentos considerables de texto? Si el sujeto llegó al final del libro sin dudar sobre la coherencia de lo leído es que habrá que cuestionar, por un lado, los hábitos de lectura del susodicho, pero también, por otro, nuestra noción común de filosofía.
    No parece absurdo imaginar que el sujeto continuó la lectura, a pesar de tener serias lagunas en el contenido, con la esperanza de que si seguía leyendo lograría "entender" lo que el filósofo quería decirle. Este fenómeno es bautizado por Dan Sperberg como "efecto gurú". Cuando consideramos que algún discurso es demasiado oscuro, pero no queremos negarle su estatuto de inteligibilidad (es decir, de que tiene algo que decirnos), simplemente le atribuímos algún grado de profundidad accesible sólo para los iniciados. Si nos esforzamos, creemos, lograremos acceder al conocimiento arcano que nos ofrece el gurú.
    Otro fenómeno que es relevante comentar en confabulación con el anterior es el de la "justificación del esfuerzo". Tal vez el lector invirtió tanto esfuerzo en hacer sentido a su parca lectura que no quiso dejarla inconclusa y, con un denuedo monumental, dio algún sentido (que tal vez podríamos reconstruir con base en sus subrayados) a sus pensamientos. O tal vez sencillamente el libro le costó muy caro y sentía el deber de terminarlo, ¿quién sabe?
    El punto medular aquí es que en algún momento de su vida, se le enseñó a este desavisado hombre que la filosofía es difícil y profunda, que los filósofos se expresan de manera fragmentaria, elusiva y oscura, en fin, que son algún tipo de gurú.
    Voy a dejar al que esto lee que saque todas las consecuencias sociales, estéticas, políticas, etc. de lo expuesto, pues serían material para otro ensayo que tal vez algún día escriba.
    Para concluir, una exhortación: una de las tantas responsabilidades como filósofos es la de desmantelar esta idea imprecisa y nebulosa sobre nuestra labor. Desafortunadamente, hay colegas, no faltos de inteligencia, por cierto, que también comparten aquella visión. Tal vez haría falta esclarecer el concepto mismo de "claridad", empresa para la cual no tengo ni la más lívida idea de cómo comenzar. Ni siquiera estoy seguro de si he sido lo suficientemente claro al respecto, pero, en fin, en el principio era el caos y con el caos, la duda y con la duda, el movimiento.

Una última hipótesis que no consideré y que quedaría en la vigilia de otras manos más aptas para la ciencia ficción que las mías es:
c) El lector tenía alguna habilidad sobrehumana para leer páginas unidas y en realidad sí leyó todo el libro, lo comprendió y actualmente es un prominente filósofo que da cátedra sobre Scheler en alguna universidad hispanohablante.