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martes, 28 de enero de 2020

La Memeteca de Babel

En una tarde cenicienta en la que revisaba consuetudinariamente mis redes sociales, un correo de remitente ignoto se apersonó en mi bandeja de entrada. El mensaje era escueto y preciso: "Entre a este enlace para ver la Memeteca de Babel", seguido de un hipervínculo poblado de vagos caracteres alfanuméricos. Ante tal suceso no pude más que pensar que se trataba de un virus. Desoí la voz de la curiosidad y borré el mensaje. A la mañana siguiente, noté que la misiva virtual ocupaba de nuevo el lugar privilegiado en la lista de novedades. Por alguna razón, había traspasado el umbral ardiente del correo no deseado y yacía ahí, con su oronda presencia abultando los bits de espacio de algún servidor de correo. Obliterado el mensaje de nuevo con un simple clic, me dispuse a consumir el día con nimiedades. No pasaron muchas horas cuando volví a recibir el trasunto de aquel endriago electrónico. Al anochecer, toda la bandeja rebosaba del mismo lacónico mensaje. Más harto que anhelante, resolví darle fin al asunto y ver de qué se trataba. Me arrellané en el sofá y, con el portátil en las piernas, abrí el fatal enlace.
    Mi primera impresión fue la del alivio indiferente. Se trataba de una página de memes como cualquier otra, intitulada "La Memeteca de Babel"; pero cuál sería mi asombro cuando, al desplazarme unos cuantos memes abajo, una poderosa fuerza procrastinadora se apoderó de mí. Sin siquiera notarlo, la oz del cielo trasegó su líquida luz a través de las constelaciones y fue sustituida por el supremo astro celestre. Pasé paulatinamente de un intranquilo pasmo a la inaudible pavura propia de un reo que se sabe perdido: estaba condenado a ver memes para la eternidad. 
    Al principio, pensé que había de llegar un punto en que la página alcanzara los memes primigenios, como el "forever alone" o el "fuck yeah", y con ello mi suplicio acabaría, pero en el fluir de este río protervo, como el de Heráclito, pero más gracioso, me apercibí de que mi expectación estaba infundada. Los memes nunca se repetían y no parecía haber un orden cronológico ni temático. Había memes de perritos shiba inu, de Pikachu sorprendido, de hide the pain Harold, del novio infiel, de no lo sé Rick, de la llama ola k ase, de la rana triste Pepe, del tema de Drake, de la tipa que echa cuentas en la cabeza, del starter pack, de los Simpsons. Y cada uno era más original e irónico que el anterior. Mi sorpresa se duplicó cuando descubrí que, dentro del sitio, no sólo era posible desplazarse hacía abajo, sino también a la derecha y a la izquierda. Como era de esperarse, estas direcciones tampoco tenían consumación. 
    He dicho que los memes no se repetían, pero tal vez incurrí en una inexactitud. Había memes que volvían a hacer su aparición, pero no eran exactamente el mismo meme, por ejemplo, si veía un meme de la mujer gritándole a un gato y, después, uno de Vamo a calmarno, este segundo, incluso detentando un contenido lingüístico idéntico al mostrado varios miles de memes atrás, era distinto, pues adquiría mayor relieve, dada la situación de tensión inmediatamente precedente. La yuxtaposición de unos memes con otros hacía aún más hilarante la experiencia memística y, como afirmaría Pierre Menard, un mismo meme no es el mismo visto desde otra perspectiva. Lo insólito aquí era que esa perspectiva eran otros memes.
    Podría pensar el lector que lo anterior bastaría para precipitar al vértigo más insoportable a cualquier espectador, pero eso no era todo. También había metamemes. Memes que hacían burla de otros memes: memes de segundo orden, de tercer orden, de cuarto orden, ad infinitum. Las más fundamentales leyes de la lógica palidecían en esta página. 
    Esporádicamente aparecían memes quimeras: hechos con los despojos de otros memes no tan divertidos, pero dada la armoniosa hechura le sacaban a uno una sincera carcajada. Había memes políticamente incorrectos y memes censurando la incorrección política de aquellos. Había, claro está, memes que se burlaban de la mojigatería de aquéllos y otros más que se burlaban de la hipocresía de estos últimos. Los había, también, en distintos tamaños, desde los pixelados hasta los high definition 4K. Los gifs no le iban en zaga a las imágenes estáticas y encontrábanse desde situaciones cíclicas hasta simples narraciones visuales lineales. Una noche estuve viendo un gif que duraba 7 horas. No me arrepiento. 
    Abandoné por completo mis otras redes sociales, y los mensajes del whatsapp se apiñaban con su carmín alerta notificadora. Pronto perdí mi trabajo, pero mis ahorros de toda la vida hicieron las veces de inflable salvífico. Ver imágenes chistosas era la única empresa que consumía mis horas. En ocasiones, quería regresar a ver algún meme para revivir la experiencia gozosa de su contemplación, pero nunca lo encontraba. Era como si su lugar cambiara perennemente, como si la página misma fuera un organismo vivo, procreador de sus vástagos memes. Ante este desaliento, tomé la resolución de guardar los que más me gustaban en mi computador. Al cabo de unas semanas, el disco duro estaba lleno y comencé a llenar USBs. Después de agotar unas cuantas, me vi en la imperiosa necesidad de comprar discos duros externos. No bien pasaron unos meses, los pequeños paralelepípedos metálicos pululaban por la casa ante mi fallido intento de darles algún orden.
    Supuse que, ya que los memes eran infinitos, habría algún algoritmo secreto que los multiplicaba. Aprendí de memoria las principales combinaciones de situaciones, texto, imagen y contexto circundante. Justo cuando creía divisar alguna regularidad, —por sólo sabe Dios qué metafísico y nefando milagro— cimbraba toda mi elucubración la presencia de algún meme que decía: "Cuando quieres descubrir el algoritmo de la Memeteca de Babel" y una imagen graciosa. Asimismo, acaricié la idea de comenzar a hacer mis propios memes, pero la mera noción de que la página era infinita desalentaba mis fuerzas. La razón era muy sencilla. Si la página era infinita, contenía todo meme posible habido y por haber; cualquier intento de crear un meme nuevo era una afrenta vacua contra el principio ochkamiano de multiplicación de los entes. Para hacer frente a este pensamiento se me ocurrió usar la plantilla del papá de Timmy (el de Padrinos Mágicos) entrando por la fuerza a su cuarto, con la leyenda: "Entiendo que contienes todos los memes del universo, pero reafirmo mi autoridad creando un meme de todos modos". Inútil decir que nunca la diseñé.
    A veces, pocas, hago otras cosas, como escribir. Pero incluso mientras lo hago veo unos memes en pantalla dividida. 
    Sé que mis días terminarán pronto y sólo quiero advertir con mi relato de los lancinantes estragos de esta página. No me malentienda el lector, he pasado los momentos más felices de mi vida en ella, pero otras almas más febles tal vez no la soportarían. Cuenta una leyenda bíblica que en presencia directa de Dios nuestro pobre ser perecería calcinado. Esta página es la punta del manto divino que Dios accedió mostrar a Moisés. Se nos disuelve la vida en el apopléjico recogimiento de su contemplación. La rueda de mi mouse se ha desgastado hasta decaer. Pasé a usar el puntero para tomar la barra de desplazamiento lateral, mas el botón izquierdo dejó de funcionar. Configuré el mouse para poder usar el derecho, que corrió la misma suerte. Hasta utilicé las flechas del teclado. Ahora la flecha de abajo no es más que una oquedad en el plástico. Sólo me queda expresar, con el corazón desprendido entre mis manos, aquello del inveterado meme: "Fffffffuuuuuuuu-"

sábado, 4 de enero de 2020

¿Para qué sirve la filosofía?

Todo filósofo en algún momento de su existencia ha de toparse con la pregunta "¿Para qué sirve la filosofía?" La pregunta, como muchas otras, es de por sí una pregunta filosófica y, como muchas otras -otra vez- preguntas filosóficas, tiene truco. La respuesta tendrá que darla el filósofo, claro está, y nada tiene de raro, pero debe cambiar según qué arquero lance la flecha. Consideraré aquí tres posiciones.

1. Una persona de alguna cultura y consciente del valor de la reflexión pregunta al filósofo "¿Para qué sirve la filosofía?".
En tal caso, la persona podría no querer más que cimentar alguna creencia ya asumida. Tal vez la persona crea que la filosofía tiene algún valor, y, como persona culta que es, necesita una respuesta para fundamentar su creencia. O tal vez simplemente quiere ver si el filósofo es tan inteligente como dice y puede justificar su propia labor. Sea cual fuere el caso, un razonamiento sencillo y eficaz se ofrece como respuesta.
Si uno pregunta "¿Para qué sirve la filosofía?", ¿no estaría ya haciendo filosofía? Porque el cuestionarse sobre las cosas es hacer filosofía, ¿qué no? Además si se pretendiera dar una respuesta, ésta tendría que provenir de la reflexión, es decir, ¡más filosofía! Y si quisiéramos evaluar la cabalidad o mediocridad de la respuesta... ¿adivinan? Ya saben el resto. El punto central es que quien quisiera negar la utilidad absoluta de la filosofía tendría que negar a priori la posibilidad misma de que la pregunta fuera inteligible y de que pudiera darse, a su vez, una respuesta coherente a ella.

2. Una persona de pocas letras pregunta "¿Para qué sirve la filosofía?", como quien pregunta "¿Para qué sirve este botón?" cuando ve una máquina desconocida.
En tal caso, el razonamiento abstracto haría poca mella en el afable campo inculto de su entendimiento (lo cual no significa necesariamente que la persona sea tonta; el mero hecho de preguntar es ya un signo de inteligencia agazapada). La respuesta, pues, debe correr pareja con lo tangible, es decir, con los ejemplos. Digamos que la filosofía permite cambiar la manera de pensar de las personas; nos permite ver los asuntos cotidianos con otra lupa, y con ello, la manera en que nos comportamos con otras personas y con nuestro entorno, en fin, nos permite modificar la desde nuestra propia conducta, hasta la sociedad, el gobierno, etc. Por ejemplo, gracias al pensamiento filosófico fueron posibles las Revoluciones, como la francesa o la mexicana. Otro ejemplo de distinto tenor sería el caso de las computadoras; éstas funcionan con lógica (el sistema binario con el que trabajan las computadores es un obsequio de la filosofía al mundo), y la lógica es una rama de la filosofía...

3. En último lugar, tenemos el filósofo que se pregunta a sí mismo "¿Para qué sirve la filosofía?"
Esta pregunta suele estar aparejada a algún tipo de crisis existencial. El filósofo busca un asidero conceptual que lo redima para siempre. La interrogante, generalmente, surge de entrever la falta de justificación de la propia vocación y, con ella, la falta de sentido de la vida toda. El filósofo puede hallar sosiego en alguna de las dos respuestas anteriores. O bien la filosofía se justifica a sí misma mediante una especie de boomerang conceptual: el lanzar la pregunta es obtener la respuesta; o bien, las empresas sociales empapadas de filosofía, en que se disuelve el individuo, dan valor a la idea, concretizándola.
Pero quien sienta profundamente la pregunta no dará por buenas estas alternativas. Y esto es porque la pregunta misma es deficiente.
Un análisis más profundo nos llevaría a desenterrar el siguiente razonamiento:
     1) Valor es igual a utilidad.
     2) Si la filosofía ha de ser valiosa, sólo podrá serlo en virtud  de su utilidad.
     3) La filosofía es útil por X o por Y, por tanto, es valiosa.
Si cimbramos la roca angular de esta idea, caerá el edificio completo. ¿Son realmente equivalentes el valor y la utilidad? Parece que todo lo útil es valioso, pero la inversa no tiene por qué ser verdad, al menos no es obvio que lo sea. Entrar en la discusión sería zambullirse de lleno en arenas movedizas, pero me basta evidenciar el prejuicio (1). La pregunta por la utilidad de la filosofía es un cuestionamiento sobre su valor. "¿Para qué sirve la filosofía?" es como decir "¿por qué debería aprender filosofía?", "¿por qué debería hacerse filosofía?", "¿por qué hay gente en las universidades a las que les pagan por hacerla?", en fin, "¿para qué nos sirven todas esas cosas?". Si ya hemos agujereado la premisa sobre la que se sostienen esas dudas, y un pequeño agujero es más que suficiente, podemos dar la respuesta más sincera posible: la filosofía no sirve para nada, pero ¿qué haríamos sin ella?