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martes, 30 de abril de 2019

Sobre por qué me gusta Charlie Brown


Me gusta Charlie Brown porque es como la vida. A diferencia de otras historietas y animaciones, Charlie Brown no es un héroe al que sabemos victorioso después de la extenuante batalla contra el infortunio. Charlie Brown tiene debilidades que nunca serán equilibradas por sus fortalezas. No es un gran líder. No es singularmente hábil para los deportes ni las artes. Sus ansiedades (al cuadrado) ante el amor lo confinan a proyectos fracasados con la niñita colorina. Tiene inseguridades y se sabe inseguro, lo que lo hace aún más inseguro. Se deprime, apoya su cabeza sobre el brazo y mira al espacio. Va al psiquiatra, pero su psiquiatra es la misma persona que se burla de él. Como el filósofo, Charlie Brown duda, aunque termina aceptando el rumbo de las cosas; porque sabe que de todos los Charlie Browns en el mundo él es el más Charlie Brown. Tuvo la mala suerte de no ser Snoopy, porque, claro, Snoopy es un perro, lo que es lo mismo, es perfecto.
Irremediable en el fracaso, Charlie Brown es una apología de la decepción. Pero está libre de hipocresías y cinismos. O mejor, es una reconvención a la idea de la decepción.  Nos enseña que la diversión y la risa no se cifran en la victoria, sino en el vaivén. Carlyle decía que los actos del ser humano son deleznables, pero la ejecución de dichos actos es importante. Porque lo importante no es ganar el partido, sino jugar; no es que la cometa esté en el aire, sino correr para que el viento la abrace; no es que la niñita colorina le haga caso a uno, sino escribir cartas y comprar chocolates, no importa si son o no entregados.  La vida de Charlie Brown tiene el sabor de una melancólica inocencia, y aunque privada de los medios para triunfar, porta la más humana de las virtudes: la perseverancia.