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sábado, 30 de noviembre de 2013

De una luenga cabellera.


Preliminar: un poema que tenía guardado por ahí y ahora lo recupero con algunas modificaciones.

La noche es como su cabello.
Ella, Gea, su cabeza inclina
y sólo cae la oscuridad en la mitad de su faz.
En rizos se multiplica su negrura.
Se desenvuelve la seda opaca
y se confunde con el mar de las estrellas.
Grato es el silencio visual de su madeja,
velo secreto, intransitable.
Veo las ondulantes vetas que violentan
los intersticios del abierto espacio
al rededor de su aura, quimérica y negra,
y no hay hipnótico ingrediente
que pueda más que la fractal
visión de su cabello.

jueves, 28 de noviembre de 2013

No es misterioso el universo.

No es que el universo sea misterioso, lo que pasa es que pensamos que tenemos el derecho tácito de hacerle preguntas. Como niños, creemos tener su consentimiento para interpelarlo, sin embargo, como sabio adulto nos ignora, o contesta con una silenciosa sonrisa a nuestras impertinentes cuestiones. No es que el universo sea un enigma, más misteriosos somos nosotros, que somos universo preguntándose por el universo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Reconvención a la filosofía.


No necesito que un filósofo me diga que la esperanza es una forma de temor y de ignorancia. El hombre no vive sabiendo.No necesito sistemas que me condenen a la soledad y se alcen con soberbio semblante sobre el común de la gente, como si la fútil concatenación e invención de conceptos fuera una forma de felicidad. No necesito comprometerme a la imaginación de las causas primitivas y finales. Porque todo tener razón es una forma de subrepticia violencia. No necesito pensar que el universo y la historia (que acaso sean la misma cosa) obedecen reglas, o que la realidad es un golem informe con la palabra verdad en la frente, o, en fin, que es un infinito laberinto sin centro y sin salida.
No preciso significar la sabiduría para ser sabio.

sábado, 5 de octubre de 2013

Sobre si puede desenamorarse uno por el mero uso de la razón.


Nota previa: Aquí sólo propongo un posible análisis para esclarecer el sentimiento de enamoramiento y así sobreponerse poco a poco a él. Aunque mi tendencia personal es ésta, no soy nadie para ponderar el uso de la razón sobre los sentimientos. Otra cosa que haré notar es que distintingo entre amor y enamoramiento. El amor, en todos sus niveles es harto más complejo y no lo trataré en mi texto.

Por enamoramiento entiendo aquel sentimiento involuntario consistente en un fuerte deseo por una persona, y que procura reciprocidad, dada o pensada la cual resulta la felicidad desbordada del enamorado,  y quitada o pensada como insatisfecha resulta en su tristeza.
Las causas químico-biológica de su aparición son tema que no me atañe. Mi labor sólo consistirá en esbozar cómo se manifiesta mentalmente.
Para facilitar la exposición, inventaré (la literatura lo permite) una enamorada. Su nombre será Marcela, como la enamorada de Grisóstomo (Quijote, Cap.  XIII), que, para estos efectos, poco importa su constitución física y espiritual, sólo hemos de saber que es bella y tiene ciertas gracias y dones.
En primer lugar, vemos a Marcela y acaece una especie de prendimiento involuntario; nos parece de una hermosura inigualable y es ahí cuando se manifiesta la primera proyección.  Marcela es igual a Belleza, y Belleza es igual a Bondad y a Verdad (la triada ontológica de Platón).  Del plano estético pasamos al moral y del moral al epistemológico
            Hasta este punto la enamorada sigue siendo un símbolo de perfección, es una Idea. Falta confrontar esta Idea con la realidad o, como quien dice, hablarle. Si no le hablamos y de ello no se sigue ninguna tristeza, no hay razón para hablarle.
Supongamos que de no hablarle si sigue una tristeza: le hablamos (el éxito  de las primeras tentativas es totalmente impredecible). En el primer encaramiento, la Idea de la enamorada y la enamorada real pueden no diferir, pero, necesariamente, ha de irse modificando nuestra Idea con el paso del tiempo.
            Ya hemos pasado varias conversaciones con Marcela y, aunque su Idea se ha modificado un poco, los datos empíricos que ahora poseemos de ella han enriquecido dicha Idea, o, por lo menos, no la han mermado. En estos momentos es cuando comienza la tarea de buscar la reciprocidad amorosa, de lo cual no hablaré en este texto. (Puede inquirir, caro lector, consejo en mis dos primeros textos de “Trilogía de manuales para el poeta neófito”). Ahora bien, supongamos, como en la historia del Quijote, que Marcela no nos corresponde. Como sabemos, de la no correspondencia amorosa se sigue la tristeza, pero no queremos estar tristes (1). Después de todo larguísimo este preludio, es aquí donde entra el análisis racional para desterrar el enamoramiento, causa de la tristeza.
            Berkeley, influenciado por Locke, entendió que no hay nada en una cosa que no sean sus propiedades. Si le quitamos a una manzana su color, sabor, forma, etc… no nos queda nada; no hay ninguna substancia debajo. Sin embargo, podemos creer que si a Marcela le quitáramos todas sus propiedades, todavía habría una “Marcela” substancial a la cual amar. Nos resistimos a pensar que suceda lo mismo que con la manzana, pero no hay razones fundamentadas para sostener tal intuición. Pensamos que incluso si Marcela cambiara el color de su cabello o aprendiera a bailar o lo que sea, la seguiríamos amando, pero lo que sucede es que tenemos una idea errónea de lo que es Marcela. Marcela es un conjunto de propiedades, de las cuales unas pueden cambiar sin afectar el concepto general de Marcela. Hay un cierto tipo de propiedades esenciales que hacen a Marcela ser Marcela (vaya Dios a saber qué quiere decir esto).
            Las propiedades tienen distintos tipos de relaciones, a las cuales yo llamo acciones.  Por ejemplo, a la relación que tiene la propiedad de ser un lápiz con la propiedad de ser un papel, se le llama escribir (este es un ejemplo demasiado generalizador, puesto que ser lápiz consiste en tener varias propiedades, al igual que ser papel, y la relación en que se encuentran es de contacto directo y movimiento, entre otras cosas)
            Tenemos pues, que Marcela es un conjunto de propiedades y relaciones o acciones (2). Cuando nos enamoramos, nos solemos enamorar de las propiedades. “Qué bella es Marcela, tiene cabello de plata y manos de aurora” decimos, refiriéndonos a sus propiedades; pero, si consideramos el asunto con detenimiento − que es para lo que escribí este texto −  nos daremos cuenta de que, por más idealistas que seamos (en un sentido un poco peyorativo)  es imposible amar solamente a las propiedades. Uno no cohabita con las propiedades per se de otras personas, Toda propiedad siempre se da en una relación, esto es, siempre se convive con las acciones.
            Llegado a este punto podemos ir dilucidando si nuestro enamoramiento es totalmente justificado. Si amamos sus ojos, sus manos, su cabello, etc… Estamos viendo las cosas mal. En esta situación no es más diferente amar a Marcela que a una quimera. Por tanto, si no tenemos contacto con las acciones de Marcela, podemos tomar nuestro enamoramiento por simples imaginerías y desterrarlas con el plumero de la razón. La imaginación en este punto juega un papel pernicioso, pero antes de explicar su funcionamiento al respecto, diremos qué sucede cuando se logra saltar del enamoramiento de las propiedades al de las acciones.
            En el cotidiano “estar-juntos” (3) con Marcela − que es lo que habría de ocurrir si conseguimos su amistad o si el enamoramiento deviene en relación amorosa (pero recordemos que la premisa de este texto es que hay un rechazo palmario por parte de la persona amada) −  estaremos impelidos a enfrentarnos con sus acciones particulares, la cuales, a la postre, modificarán la Idea que tenemos de ella, positiva o negativamente. Si la modifican negativamente, miel sobre hojuelas, la Idea perderá vigor y con ella el enamoramiento. ¡Si no, es hora de utilizar todo el poder de la razón!
            El motivo por el cual el enamoramiento sigue actuando es que se nos ha colado por un intersticio de la mente el líquido maravilloso y funesto de la imaginación. La imaginación (lo supusieron los racionalistas y, después de ellos, Kant) no dejará de tentar al entendimiento y a la voluntad con objetos inexistentes.  En este caso, el objeto inexistente al que nos impulsa es "la correspondencia amorosa de Marcela”. Esto, como sabemos,  tiene existencia actual, pero la imaginación lo coloca como algo posible en sentido moral, en el futuro. La esperanza, ese vicio para Séneca y Spinoza, es la raíz de nuestra tristeza. Así, debemos proscribirla totalmente, sabiendo que nada conocemos del futuro y que cualquier pretensión a imaginarlo es vana.
            Estando concientes de ello, la Idea perderá fuerza con el tiempo y el enamoramiento se irá (o no). Al final, si todo esto no sirvió, usted, caro lector, será la más desgraciada persona del planeta, pero aún puede ser poeta.

(1)   Victor Hugo decía que la melancolía es la felicidad de estar tristes. Para el poeta o el filósofo es productiva la tristeza. Pero hablando en términos generales, nadie la desea naturalmente.
(2)   Cuando ella corre, lee, habla, etc. está disponiendo sus propiedades de tal manera que dicha disposición se manifiesta en una acción.
(3)   Horrible término, pero lo utilizo para no repetir “convivencia”

Gonzalo G.T.

viernes, 2 de agosto de 2013

Soneto de la crema de verduras acompañada con bolillo


Oh, deliciosa crema, con fruición,
panecitos flotan en tu dulzura
¿qué pena o qué amarga amargura
se irán con la postrera deglución

de una clara y divina cucharada
de tu néctar de ambrosía y verdura?
Y es que tu serpenteante finura
ni por fideos ni sopa dorada

es superada, ni aún empatada.
Ay crema, que acompaño con bolillo,
te como con lenta y tan deleitada

paciencia, y cual si fuese un estribillo,
insisto el sorbo con su repetida
melodía de feliz organillo.

jueves, 16 de mayo de 2013

Tres musas.

Esencialmente, un escritor escribe para que lo lean sus amigos. Borges señala casi al principio de su libro Fervor de Buenos Aires : "Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor." Puede que un lector  de la fortuita circunstancia  se extravíe y termine leyendo esto; pero las nadas de los amigos son más íntimas, y siempre para ellas, nunca para otras, es para que se escribe. Hecho este preludio, comienzo.
Hablaré, como jugando, de tres musas. Pero no son las tres musas griegas de las que habló Pausanias en quién sabe dónde (1). Sino de tres musas de carne y hueso que hallo y pierdo esporádicamente en la facultad de filosofía. Se supone que son inspiraciones, numenes divinos, pero no me han prodigado ni un triste soneto, ni una cuarteta, ni un epigrama. ¡Tú no mereces siquiera un epigrama! así les diría Ernesto Cardenal, sí. (Perdón por el exabrupto.) 
A la primera de ellas la llamaré Meletea, porque tiene cariz de meditabunda. No sé su nombre y no me interesa saberlo, la ignorancia en estos casos siempre es mejor, pues cuando más se ignora, más se puede inventar y, por tanto, escribir. Además, la poesía es siempre producto de la insatisfacción o la indeterminación. Esto es parte de mi teoría de las musas, que, si Dios me da bien, algún día escribiré. Como decía: tiene cabello rubio y ondulado, como espigas durmientes; no recuerdo si lo tiene largo o corto, en todo caso, tiene cabello, y le sienta muy bien. Es muy menuda y de baja estatura;  los huesos de su clavícula sobresalen ligeramente, lo que le da cierta elegancia. Tiene dos océanos en lugar de ojos. Aparece de la nada con una mirada que ya se pone severa, ya comprensiva, por Zeus sabe qué inextricables causalidades.
A la segunda la llamaré Mnemea, porque una vez la ví con un diccionario, que es símbolo de la memoria (por lo menos para mí lo es; alguna vez escribí un poema sobre los diccionarios, que, paradójicamente, naufragó en el Leteo). Su cabello es oscuro y rizado, como si el pergamino de la noche se ramificara en incontables helicoides. Usa lentes orbiculares (lo que quiere decir redondos), los cuales son una antesala bastante interesante para sus ojos. Tiene una sonrisa enorme. Sonríe y es pura felicidad. Eso me hace pensar que el nombre que le puse tal vez no sea tan cabal, pues nadie, que yo conozca, analoga la memoria con la felicidad. Tiene labios encarnados, nariz ligeramente respingada y esas cosas que suelen exhibir las musas y que los poetas poco poetizan por ser las partes más difíciles de comparar con las sublimidades de la naturaleza. Pero, ¿por que no en lugar de decir "sus labios son como una flor" decimos, "esa flor, ¡ay esa flor! si supiera cuanto más hermosos son los labios de ella, se marchitaría de tristeza" ?
La tercera la llamo Aedea, sin razón alguna. Imagínesela una Afrodita de Praxíteles, pero más delgada y de cabello lacio. Ahora imagínesela vestida con pantalones holgados y un delgado suéter ondulante al viento. Ahí la tiene. Creo que estudia historia, quién sabe, la ví una vez salir de un salón en donde yo tenía clase inmediatamente; de ser así, le quedará mejor el nombre de Clío. Quién sabe.
Para terminar, me gustaría bautizar a algunas otras musas que no tienen su podio en esta trinidad, pues tampoco me han inspirado canciones, décimas, silvas, zéjeles.. ¡tú no mereces siquiera un zéjel! (perdón, de nuevo, por el exabrupto), pero sí han usurpado algo a la belleza platónica. Éstas son: Calíope, muy elocuente e inteligente, de ella es la única que sí se el nombre, pero tiene tan poca sutileza que ni Petrarca le cantaría con tal,  y Thaleia, que le gusta divertirse rizando su cabello con los dedos y tiene una mirada tan perdida que a uno no le resultaría extraño verla caer en algún agujero.
Fin.

(1) Éstas son Meletea (Meditación), Mnemea (Memoria) y Aedea (Canto)

viernes, 26 de abril de 2013

El día en que te fuiste (Soneto bucólico)


 Preliminar: Este es un soneto de inspiración pastoril. Si un "hombre sincero de donde viene la palma"
 tuviera que dejar de cantar al río y a la hojarasca y cantara a la ausencia de su mozuela, cantaría más o menos así.


Encontré dos noches como unos ojos
oscuros y profundos, y encontré,
en medio de sus pliegues, los rastrojos
de unas cañas como un amor. Soñé.

Sí, soñé que encontraba unas cerezas
como unos labios, y unas rosas claras
como unas manos.  Y entre esas rarezas,
encontré unas medrosas piedras raras

que eran como un abandono, tan hondo,
tan hondo como un espíritu triste.
Desperté y encontré un cielo orondo

como una vasija que rompiste.
Y las aves, como un llanto profundo,
cantaron como aquel día en que te fuiste.

viernes, 12 de abril de 2013

¿Si te enamoro, qué hago contigo?


Prólogo:
De mis pocos poemas románticos hechos sin intención, este es uno que me ocurrió, o yo le ocurrí a él, mientras intentaba recordar un aforismo sobre el amor que había pergeñado hace tiempo. Aún no aprendo a no confiar a la memoria mis malabarismos literarios.

¿Si te enamoro, qué hago contigo?
¿Si compongo uno, dos o tres poemas,
si te los doy escritos en suaves líneas que conmuevan al papel
y si, supongamos, te enamoro, qué haré después contigo?
¿Si comparo tu rostro resplandeciente
y rojo como un atardecer de otoño,
y tus manos que dan forma a la línea y al matiz,
y digo que el oficio del universo es servir como metáfora para el amor,
si hago todo eso y te enamoro, después qué?
¿Te admiro, te beso, te todo?
No.
Mejor nada.
Hagamos como que yo no escribí
y que tu no leíste;
para que cuando sea viejo,
escriba una historia reclamándome el porqué nunca hice nada,
y hable sobre jóvenes enamorados, y olvide.
Y nada.
Y es que si te enamoro,
no sabría, realmente,
no sabría qué hacer contigo.

viernes, 22 de marzo de 2013

Una propuesta.


Propongo que nos conozcamos.
Tal vez así tendríamos razones para odiarnos.

La otredad.


Somos los otros. El pasatiempo y los gustos que tanto te encienden nunca fueron tuyos, son la parte de un amor perdido; la forma en que ríes o en que señalas ya fueron utilizadas por un amigo o un profesor; las palabras que dices, como las que digo yo, ya fueron dichas por alguien que hemos olvidado. La originalidad es una operación sólo propia de Dios.

Sobre por qué no suicidarse.


Lugones tomó su último whisky en el 38 y Philip Mainlander, el filósofo del Dios que sucumbe, fue consecuente con su filosofía.  ¿Qué nos queda a nosotros, los poetastros, los filosofastros, que nunca fuimos refulgentes como aquellas lumbreras del pensamiento?  Ciertamente el suicidio no.
            Mi suicidio sería un acto patético. ¿Qué gano yo con él? Nada, está claro. Pero tiene que haber razones para no suicidarse. ¿La cobardía fingida de Harry Haller, el lobo estepario? No; la vida es tan pesada que el ideal de librarse de ella puede infundir valor al alma más pusilánime. ¿La proposición spinoziana de permanencia del ser? Tampoco; nos sabemos mortales, el desgaste de la vida nos hace sabernos mortales; no hay, pues, razón para alargar nuestra agonía.
            Mi razón para el no suicidio tiene que ver con esa virtud ¡tan cristiana, tan judía, tan musulmana!: la caridad. El suicidio es el acto más egoísta que existe; es privar al mundo de alguien tan humano que es capaz de amar. Tanto ama el suicida que piensa que a su ausencia sucederá una mejora del universo. Mas, parece que aquí hay contradicción. No la hay. El suicida ama, sí, pero su primer objeto de amor, su yo mismo, no lo corresponde; busca amor en el mundo, pero no lo satisface; vuelve repetidas veces a sí mismo pero su yo le causa tanto dolor que decide extirparlo. Su deseo “egoísta” de ser, paradójicamente, lo obliga a no ser.
           Proponía que una buena razón para no suicidarse es la caridad. O mejor dicho, el deber a la caridad. Yo soy kantiano, si usted no lo es, vale, suicídese. Aún así espero que encuentre buenos argumentos desde su postura filosófica para no hacerlo. Decía, no es deber en sí mismo preservar la propia vida, pero, al perecer hay buenas razones (que no expondré por conservar el don de la brevedad) para pensar que sí lo es procurar que los demás persistan en la suya. Nada ganan otros con mi muerte. Parece, más bien, que pierden. Yo no pierdo nada más que mi vida, pero los demás pierden alguien que podría hacerles bien. Pierden un posible acompañante de su inane camino…(Quiero pensarme así para justificarme)
            Comencé este texto creyendo que había argumentos para no matarse. Lo estoy terminando y vacilo de tal convicción. Ciertamente, hay razones menos filosóficas que sentimentales para seguir viviendo. Creo, mi melancólico lector,  que le terminaré debiendo los argumentos que tan preciosamente había pergeñado para tal empresa. Encuentre usted sus propias razones. Yo entiendo que un buen motivo para no suicidarse es la amistad. No me pregunté por qué, no sabré responderle.

martes, 12 de febrero de 2013

Tango

Este poema, de alguna forma, está inspirado en dos fuentes: el poema "Tango" de Jorge Luís Borges, y "Libertango" de Astor Piazzolla. (La disputa entre ellos me fue indiferente para su composición).


Se oye lamentar el tiempo,
es el tango,
es el tango que cae y estalla.
Se levanta, oscilante,
en concavidades y convexidades;
en memoriosas evocaciones,
en olvidos, en dejos,
en sinporqués y sinrazones.
El tango se distiende,
los cuerpos emulan las vibrantes
y esculpidas notas
del arrabal y la elegancia.  



sábado, 5 de enero de 2013

3. Brevísimos consejos para la creación de un poema desquebrajado.



Nota preliminar: Este es el último manual de la trilogía de manuales para el poeta neófito. Es recomendable leer los textos anteriores a este, marcados con los números 1 y 2, aunque cada uno es independiente.

Hoy, mi estimado lector, es un día triste, pues, hipotéticamente hablando, fuimos derrotados en esa sangrienta batalla que es el amor. Nuestro corazón fue despedazado y los buitres se demoran con delectable indiferencia al arrancarlo de nuestras entrañas como el hígado de Prometeo. Seguramente usté debe de sentirse como si hubiera sido derrotado en la guerra de Troya, en Constantinopla y en Mesoamérica al mismo tiempo.
¡Ah! Pero todavía nos queda un consuelo: hacer poesía. Podríamos afirmar, sin mucho titubeo, que, después de la religión, los desasosiegos amorosos han sido el tema que más ha dado pábulo al arte poético. Aunque le parezca que es la persona más desdichada de todo el orbe, siéntase acompañado por hombres de hace más de 3000 años.
            Un poema desquebrajado, salido del interior de un alma acribillada como una coladera, tiene que reflejar el estado interior de dicha alma; así que guardemos un momento nuestra máquina de rimar y nuestra regla y dejemos deslizar la pluma por el papel, o los dedos bailar por el teclado. Nuestro poema de desamor no  tiene ninguna función más que la catártica. No queremos que alguien más lo lea, sólo necesitamos liberarnos del peso que implica el choque brutal de las esperanzas perdidas.
            Podemos hacer distintos tipos de poemas: los que increpan  a la amada (porque aún lo sigue siendo, si no, no tiene sentido hacer el poema), los que reprenden al destino, o simplemente los que exteriorizan el estado interior (valga la redundancia) del enamorado alicaído.
            No podemos dar una metodología para hacer un poema desgarrado, pues como dijimos antes, sólo es cosa de escribir, escribir y escribir. Si necesita inspiración, puede leer Petrarca o escuchar a Joaquín Sabina, o si lo prefiere, a José Alfredo Jiménez y algunos boleros.
            Para que no se quede con las ganas, aquí le dejamos un poemita:
(La situación, imaginemos, es que fuimos unos enamorados anónimos, aunque teníamos una relación de amistad con la amada. Escribimos montones de poemas. Un día escribimos el poema para pedir el noviazgo, y ese mismo día ella no estaba; esperamos y ella no estuvo. Un día volvió y nos atacó con su indiferencia. Ya tenía pareja.)  

No sabías ni el día ni la hora.
De haberlo sabido, tal vez me habrías esperado.
No sabías la razón ni la palabra
ni el amor ni el símbolo
ni la tipografía que guardaba el poema.
De haberlo sabido, tal vez lo habrías leído.
No sabías gramática, no sabías
que el antepospretérito de amar
es habrías amado.


Epílogo:
La idea de escribir estos manuales es menos práctica que literaria. Son un pretexto para hacer una reflexión de la poesía y el que quiera ser poeta, siento decirlo, no lo logrará leyendo mis textos. Yo recomiendo a Homero, Dante, Bécquer, José Martí, Whitman, Leopoldo Lugones, Borges, Alfonso Reyes, La Biblia, El Corán, Angelo Silesio, Fray Luis de León y tal vez otros más, que son los que a mi me gustan.
Los poemas que aquí escribí fueron ideados para estos textos específicamente.

viernes, 4 de enero de 2013

2. Consejos para la creación de un poema para la conquista o conservación de una novia(o).




Nota preliminar: En el siguiente texto prescindiré de todo elemento técnico y me dedicaré al análisis poético de una belleza femenina. Si usté desea saber cómo hacer un poema, técnicamente hablando, revise mis “Pasos técnicos para la creación de un poema para conseguir novia(o)” y otros manuales, abundantes en interné. Mi manual sirve tanto para los que tuvieron éxito en su asedio, como para los que no; los primeros pueden omitir y dar por sentado muchos puntos que, sin embargo, considero imprescindible para los segundos.
Una disculpa a las mujeres, pues no puedo hacer un análisis desde su visión; aunque el método, si lo desean, puede ser utilizarlo para sus divagaciones amorosas.

Muy bien mi querido lector, ahora que usté a conquistado a su amada, es hora de conservarla. Si no lo logró, y es optimista, también es útil que lea esto, ya que puede hacer suyos algunos de estos consejos; si no es optimista, ¡ánimo! aún puede leer mis “Brevísimos consejos para la creación de un poema desquebrajado”.
            Ahora bien, ¿qué mejor forma de conservar a la amada que haciéndole un poema? Comencemos por ver qué es lo que necesitamos para tan ardua empresa. Existen varios tipos de poemas amorosos: los descriptivos ( son una pintura verbal de la amada), los ponderativos (dicen cuánto la aman), los fácticos (describen la situación feliz o triste de su relación), los contrafácticos (hablan sobre lo que pasaría si fueran o no correspondidos, dependiendo de la situación), los exhortativos o promisorios (exhortan a la amada a amar a cambio de promesas) y me imagino que otros tantos que no me vienen a las mientes.
            Supongamos que queremos hacer un poema descriptivo, ya que, en los demás casos, es necesaria una vivencia con dicha amada (lo cual, si se es un enamorado anónimo, no siempre se tiene). Como decíamos, veamos qué se necesita para tal faena.
1.- Una amada (la cual, para efectos de este manual, inventaremos a continuación)
2.- Tener algunos conocimientos sobre ella.
3.- Haber leído bastante (de preferencia buena literatura).
Cumplidos los requisitos, empecemos. ¿Cómo será nuestra amada? Supongamos que es de piel ligeramente morena, pues se ha escrito ya demasiado de pieles luminosas y marmóreas, ojos grandes, cabello largo un poco ondulado y café muy obscuro, casi negro, mejillas y labios robustos y sonrosados; el cuerpo no importa. Ya tenemos nuestra amada idealizada, ahora démosle forma en el poema. Para ellos necesitamos deliberar si el poema sólo  figurará sus cualidades físicas o también las emocionales, además de habilidades y costumbres. Esto se tratará en un pequeño apéndice, por el momento me limitaré a ensalzar su belleza física.
            La forma más sencilla de empezar a pensar un poema es mediante la analogía. La amada tiene ojos grandes y piel morena, como la noche con sus estrellas: “Amada que eres la noche”. ¿Cómo es esa noche y de donde proviene? Es obvio que no es una noche siniestra, sino tranquila y bella; y la amada, a igual que la noche, está en todos lados, pero no en el mundo exterior, sino en el pensamiento, así que podemos proseguir: “Amada, que eres la noche/ no del cielo ni las aves/ sino de mí, eres el broche / que ciñe mis vagas naves / en el mar de la razón.” Aquí naves del mar de la razón se refiere a pensamientos. Continuamos: “Estás en mí sin estarlo, y a mi oculto corazón…” Y si uno está triste puede terminar así ¡lo matas sin matarlo! Si se está feliz puede proseguir de como se desee (1)
            Tenemos todavía otros elementos: el cabello, las mejillas, los labios y los ojos. Veamos qué podemos hacer con ellos. El cabello recuerda una especie de música ondulada y llevada por le viento, su negrura se confunde con la noche y, al rodear la cabeza de la amada, de cierta forma la esconde: “El viento conmueve y va/ arrastrando tu cabello/, la música que ojalá/ llegue y rodee mi cuello;/ la música que escondida/, como el tiempo se desliza;/ aquella que cual guarida / cubre una inmortal belleza. Ahora veamos cómo nos quedó en conjunto.

Amada, que eres la noche
no del cielo ni las aves
sino de mí, eres el broche
que ciñe mis vagas naves
en el mar de la razón.
Estás en mí sin estarlo,
 y a mi oculto corazón
¡lo matas sin matarlo!

El viento conmueve y va
arrastrando tu cabello,
la música que ojalá
llegue y rodee mi cuello;
la música que escondida,
como el tiempo se desliza;
aquella que cual guarida
cubre una inmortal belleza.

Después de algunas horas y varios dolores de cabeza, el poema va agarrando forma. Tomemos un respiro. Es bueno tener en cuenta pequeños detalles de la amada cuando se hace su poema. Por ejemplo, a mí me gusta que en la comisura de los ojos tenga un ligero estiramiento como la gente oriental, pero en pequeñísima escala, también me gusta que sus ojos tengan una sutil inclinación hacia  arriba en los extremos, en la parte del lado de las orejas, ya que le da cierta elegancia. Es importante para el poeta fijar su atención en dichos detallitos, a continuación veremos cómo aprovecharlos.
            Nos faltan tres elementos: las mejillas, los labios y los ojos. En aras de la brevedad y la belleza, fusionemos los tres. ¿Si las mejillas y los labios son sonrosados con qué podemos comprarlos? Lo primero que viene a la mente es una flor. Tengamos pues una flor. Ahora veamos una buena forma en que rinden frutos nuestras minuciosas observaciones sobre los ojos. Éstos son suaves y con una pequeña inclinación, ¿Qué cosa puede relacionarse con una flor que tenga tales cualidades? Se me ocurre un colibrí. ¡Exquisita imagen! Dos colibríes volando alrededor de una flor. Pero como somos unos monumentales ignorantes en asuntos botánicos, habrá que hacer investigación para saber qué flor es la más adecuada. Yo ya hice mis indagaciones, y encontré que la Camelia es la que representa mejor la imagen de la amada. No sé si los colibríes se alimentan de las camelias, pero es lo de menos. Hagamos versos.

El rosa de tus mejillas
se dilata cuando ríes
cual rodeadas florecillas
de dos tiernos colibríes. 
Tus labios no van en zaga
en cuanto al color se trata,
tu rosa Camelia embriaga
y suspiros arrebata.

Al parecer casi hemos terminado, tenemos el poema como sigue. (Lo pongo varias veces, porque al momento de hacer un poema es indispensable leerlo y releerlo un millón o más veces.)

Amada, que eres la noche
no del cielo ni las aves
sino de mí, eres el broche
que ciñe mis vagas naves
en el mar de la razón.
Estás en mí sin estarlo,
 y a mi oculto corazón
¡lo matas sin matarlo!

El viento conmueve y va
arrastrando tu cabello,
la música que ojalá
llegue y rodee mi cuello;
la música que escondida,
como el tiempo se desliza;
y en la aurora cual guarida
cubre una inmortal belleza.

El rosa de tus mejillas
se dilata cuando ríes
cual rodeadas florecillas
de dos tiernos colibríes. 
Tus labios no van en zaga
en cuanto al color se trata,
tu rosa Camelia embriaga
y suspiros arrebata.

Ahora bien, en nuestro poema parece haber una escala de luz: primero la noche, luego el amanecer y luego la luz de la mañana, fresca y lozana. ¿Pero es necesario esto? Pensémoslo un poco. Releamos. No necesitamos gradaciones, necesitamos algo directo y firme. ¿Cuáles son los mejores versos? Para mí son “El rosa de tus mejillas/ se dilata cuando ríes/ cual rodeadas florecillas/ de dos tiernos colibríes”. Son los que suenan más naturales, casi improvisados. Tomemos esos versos y tiremos lo demás a la basura. Hemos llegado al poema.


(1)   Ahí no se me ocurrió nada digno de escribirse.

APÉNDICE:
Me faltó incluir en mi poema aspectos emocionales y habilidades de la amada. Estos casos no difieren mucho en su tratamiento de las características físicas. Se puede hacer una alusión directa o indirecta;  por ejemplo, si la amada es dibujante, podemos hablar sobre sus manos y de cómo colorean el espacio vacío (Cfr. la canción “Judith” de Silvio Rodríguez y el capítulo 7 de “Rayuela” de Julio Cortázar) o de pinturas que a ella le gusten, etc…Si la amada es músico, puede haber metáforas con el instrumento que toca, o con el canto; por ejemplo, si toca el violín, podemos decir que las cuerdas que roza con el arco son las mismas que las cuerdas del corazón. Si le gusta escribir, entonces usté estará en graves aprietos, pues será crítica con su poema. En fin, dependerá del carácter de la amada el talante que se le de al escrito. No olvide que para escribir un buen poema se necesita un poco de práctica, aún así, piense que el fin de la escritura a veces sólo consiste en sentirse satisfecho con lo que uno escribe.

1. Pasos técnicos para la creación de un poema para conseguir novia(o).



Nota preliminar: Este manualito puede ser utilizado tanto por hombres como mujeres. En mi caso, por ser hombre, hablaré de mujeres. Pero si usté es mujer, puede muy bien hacer los cambios gramaticales de género sin afectar en gran medida lo que quiero expresar.

En esta breve tutoría, mi lector(a), usté aprenderá cómo escribir un bello poema para pedir una relación a esa persona que tanto quiere. No se confunda, no le enseñaremos a conquistarla. Aquí damos por hecho que usté ha tenido cierto contacto con ella, que ha utilizado sus dones naturales para ganársela; si no es así, puede revisar mi próximo texto: “Consejos para la creación de un poema para la conquista o conservación de una novia(o)”. El cual contiene ciertos puntos aplicables a su malhadada situación.
Ahora bien, usté ya está a punto de pedir el noviazgo, ya lo ha pensado, y si no, por lo menos lo guía su instinto. Como usté es original, quiere hacer la propuesta en verso, así que lo primero que queremos es que el poema diga “¿Quieres ser mi novia?” para que ella se sorprenda y acepte. Hay varias maneras de formular la pregunta, necesitamos la correcta (técnicamente hablando), y para que el poema tenga cierta cadencia o musicalidad habrá que contar las sílabas; en la formulación anterior, tenemos 6 sílabas. (No explicaré cómo escandir el verso, es decir, contar las sílabas. Hay ya demasiados manuales que lo explican y seguro lo encontrará en interné. Si usté no quiere contar las sílabas, puede hacer su poema en verso libre, es decir, sin métrica). En el español no son naturales los versos de 6 sílabas, aunque por supuesto que se pueden hacer poemas de tal medida, sin embargo, es mejor que convirtamos nuestro verso en algo más maleable. Los versos más naturales en español actual son los de 8, 9 y 11 sílabas, aunque los de 7 se llevan muy bien con los de 11. Hagamos por el momento un verso de 11 sílabas, que es de los más rítmicos y agradables al oído. (En la poesía se pueden hacer distintos tipos de versos endecasílabos ( 11 sílabas) dependiendo del acomodo de los acentos. Sin embargo, no entraremos en esas minucias en este manualito).
            Después de mucho pensar, podemos tener algo así “¿Quiere usted, señorita, ser mi novia?”. En otro caso, puede dejar la pregunta “¿Quiere ser mi novia?” (sin la “s” de “quieres”, porque es cacofónico juntar “quiereS Ser”, además, el tratamiento de “usted” le da elegancia a su petición) y  ponerle un complemento, por ejemplo, “¿Quiere ser mi novia? ¿Es sí o es no?” o “¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto”. Pruebe cuantas combinaciones se le ocurran. De todas las formulaciones de nuestra sublime pregunta, tenemos que ver cuál nos conviene más, pues a continuación haremos el ejercicio de rimarla.
            Para este caso, nos quedaremos con “¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto”. Lo siguiente consiste en adornar este verso con un poema. Lo primero es buscarle una pareja para que rime. ¿Qué rima con “pregunto”? “barrunto”, “junto”, “adjunto”, “punto”, “contrapunto”. Tenemos nuestra lista de posibles rimas, y ahora toca hacer una frase u oración con ellas. Pero dejemos esto por un momento, pues tenemos otro problema que debemos resolver simultáneamente.
            Nuestra proposición magna, ¿en dónde irá? ¿al principio, al final, en medio? Lo más recomendable es ponerla al final. Esto es para que vayamos creando una atmósfera de tensión que culmine con la propuesta. Queremos hacer algo así como: “Eres como la estrella, mujer, de los vagos marineros enamorados.. etc… desde que el contorno de tu rostro golpeo mis pupilas, rompiste mi memoria y no hay nada más que tú… etc.. (y terminar diciendo) ¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto”.
            La interrogación también puede ir al principio y luego dar una explicación de ella, por ejemplo: “¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto, pues qué otra cosa le preguntaría, a usted, que no eres sino mi aire, mi luz del día, mis 7 de la mañana, mis 12 de la noche,  etc…” Y ahí va la retahíla de imágenes poéticas. Esta estructura es un poco más difícil, pues no debe bajar el tono emocional en ningún momento, se deben evitar las expresiones chabacaneras y hay que encontrar un final propicio para la respuesta. En nuestra exposición, optaremos por la primera “estructura”: colocamos la propuesta al final y llegamos a ella mediante una navegación poética.
            Ya que tenemos nuestra “estructura”, nuestro verso final y nuestra lista de palabras que riman con éste, es hora de empezar el trabajo pesado. Rimemos nuestro ultimo verso. Yo elijo la palabra barruntar y se me ocurre la oración “No sé qué me dirá ni lo barrunto”. ¡Bravo! Vamos bien.

No sé qué me dirá ni lo barrunto.
¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto.

            Nos falta, por último, elegir el tipo de estrofa. Usté puede adoptar un tipo canónico de estrofa, o inventárselo, es lo de menos. Nosotros, en este momento, usaremos el serventesio, porque es fácil de trabajar. Éste consiste en una estrofa de 4 versos en donde el 1º rima con el 3º y el 2º con el 4º. Así que tendríamos lo siguiente:

----
No sé qué me dirá ni lo barrunto
---
¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto.

En donde los “---“  representan otros versos. Pongámonos a rellenarlos… Se me ocurre “Expresar esto me deja abatido” y para rimar “Señorita, no me crea atrevido”. Echémoslos a la mezcla y nos queda así:

Expresar esto me deja abatido,
pues no sé que dirá ni lo barrunto.
Señorita, no me crea atrevido.
¿Quiere ser mi novia? Se lo pregunto.

¡Y después de varias horas de trabajo, tenemos nuestra primera estrofa! Ahora le toca a usté, mi enamorado lector, escribir el resto del poema. La presentación física dependerá de sus capacidades manuales, o bien, puede aprenderlo de memoria y recitarlo.
Si, a pesar de todo su esfuerzo, fue rechazado, es que acaso sea un mal poeta, o no supo conquistar suficientemente a su amada, o simplemente no es correspondido. Si sucede lo anterior puede revisar mis “Brevísimos consejos para la creación de un poema desquebrajado”. Por último, recuerde que suele suceder que el amor no consumado es el amor más poético.

Gonzalo Gisholt

Qué día o noche.

La luna va arando la noche, siembra estrellas por doquier. En la mañana, el Sol siega el trigo celestial. Hasta ahora el proceso se ha repetido hasta el infinito, puntualmente, mas no sabemos qué día (o qué noche) durará para siempre.

Gonzalo Gisholt