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jueves, 18 de septiembre de 2014

Sin título

A veces me dan ganas de escribir algo profundo, pero suelo recordar que no hay nada que no haya sido dicho ya y que cualquier adoctrinamiento moral y metafísico es superfluo y no soy nadie para reconvenir las trivialidades del hombre. Me considero moralista desvaído y ceniciento, propenso a la melancolía, partidario de la exánime tradición de la verdad y militante del amor incondicional.No soy epígono de nadie ni tengo discípulos. Aunque misántropo y contradictorio, pienso que es tiempo de que nuestra estirpe se vuelque sobre el mundo. Hay que escanciar nuestra alma en la de los demás hombres. Borges habla de "la inmarcesible rosa que no canto [..] la de cualquier jardín y cualquier tarde". Así yo hablo del hombre, no del adámico hombre del paraíso o del inexpugnable hombre platónico; no del etéreo hombre abstracto habitante de la eternidad, sino del hombre que entretiene su tiempo en diversiones vanas y prodiga sus energías en empresas caducas. No quiero salutaciones optimistas ni razas cósmicas, quiero al hombre del instante, efímero y ominoso. Pero este hombre siempre está lejos. ¿Cómo llegar a él? Las palabras han erosionado un abismo entre él y yo; entre ella y yo; entre yo y yo mismo. Al final, cada uno seguirá su vida, ajeno a las angustias del otro.

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