Ya sean grandes o pequeños, nuevos o zurcidos, siempre mediadores constantes entre nuestro pie y los zapatos tan ergonómicos y modernos de hoy en día. Algunos los usan en los píes, los más pequeños en las manos, para algunos deportistas son incómodos y los más desgraciados no los conocen. Ya sea de cualquier forma, los calcetines, o cualquiera de sus primitivas conformaciones, han sido un buen acompañante del hombre durante varios cientos de años.
Mi historia comienza cuando era pequeño, con apenas algunos centímetros de altura y la inexperiencia de la vida de por medio. Se me proporcionaron mis primeros calcetines; no recuerdo cómo eran, pero algo de lo que estoy seguro es de que debieron de ser dos, ya que afortunadamente cuento con dos pies... aunque a veces usaba cuatro, ya que mi madre me los ponía en las manos para no chuparme el dedo, pero un servidor hábilmente lograba deshacerse de ellos. Después seguí creciendo. Era un verdadero placer salir las mañanas de estío, cuando no asistía al colegio, al mercado, para hacernos de algunas de estas prendas con figuras caricaturescas y atractivas. Fui creciendo, un poco más, y estás figuras fueron desapareciendo paulatinamente del porte de mis calcetines. Los colores cada vez eran más oscuros, o bien, eran de una blancura total, como una película en blanco y negro, donde sólo se reconocen matices oscuros y claros. Nunca faltó ese apego infantil, contrastante con la edad, de querer conservar algunos cuantos ejemplares. Pero inexorablemente el cambio fue total y en estos momentos solo uso colores como negro, café y blanco, rara ves adornados con puntas cenicientas o grisáceas.
Los calcetines, medias, calcetas, o como se le quiera llamar, para muchos son un asunto fútil, por eso me hice a la tarea de escribir esta pequeña anécdota y loar a estos compañeros de toda la vida:
pares indiferentes, que mantienen nuestros pies calientes. :)
Gonzalo Gisholt Tayabas
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