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sábado, 27 de mayo de 2023

¿Qué significa ser raro?

 

Entre mis amigos, cuento varios que calificaría de raros, y entre ellos, hay también quienes me darían el mismo epíteto. Sin embargo, nadie es absolutamente raro. Decir que alguien es raro es aplicar una sinécdoque, esto es, predicar del todo (la persona), lo que sólo le corresponde a una parte (una acción, un gesto, un gusto). Hay, pues, actitudes o acciones raras, pero no personas raras per se. Podría decirse que alguien totalmente impredecible es, como persona en su totalidad, rara, pero me parece que alguien así superaría el umbral del concepto. Un individuo cuyas acciones nunca pudiéramos adivinar resultaría amenazante y lo calificaríamos, más bien, de anómalo o loco. La rareza, en cambio, es algo que se equilibra, sin terminar nunca de caer, en la punta de un alfiler. Lo raro no puede ser cósmicamente destructivo, iconoclasta o absurdo. No existe lo sublime raro. Es algo más humilde, que se esconde en las jerarquías y las normas y que saluda inopinadamente en las esquinas de la experiencia. A veces es bello. Pero todavía nos queda la pregunta de qué queremos decir cuando expresamos que alguien es raro. La única manera que se me ocurre para esclarecer lo anterior es por la vía autobiográfica, y ahí vamos.

     No me gusta el aguacate, la jícama, los dulces picantes, la cerveza, los cigarros ni otras sustancias narcóticas o estimulantes; tampoco la música estridente, las luces de neón o los olores fuertes; menos aún los corridos, los pantalones ajustados o los lugares extremadamente soleados, calurosos o caóticos. En contextos, como los son algunos que frecuento, donde todas estas preferencias son moneda corriente, y cuyas actividades sociales están organizadas en torno a alguno de estos gustos, yo soy raro. Pero si en mi comunidad fuera lo normal que la gente no comiera aguacate, etc. etc., entonces sería normal. Asimismo, yo, que estudio filosofía, soy raro si estoy entre personas para quienes las humanidades son una especie en peligro en extinción; pero soy normal entre escritores, libreros, artistas, etc. Soy raro si me gustan los espacios especialmente limpios, mientras que la mayoría de las personas se siente cómoda trabajando entre migas. O si me gusta raparme, mientras que la industria de los champús crece cada año. Pero soy bastante normal si suelo comer fritangas en la calle sin enfermarme del estómago. Y soy raro si tengo un hermano gemelo en la Ciudad de México, pero no lo sería si viviera en Cândido Godói, Tierra de Gemelos.

     Con lo anterior se ve cómo ser raro implica un marco de referencia que llamamos normalidad, es decir, no se puede ser raro en el vacío. A esto podríamos agregar que la desviación es de grado y no de naturaleza. La normalidad es un ideal regulativo del que todos nos alejamos más o menos, y según los criterios con que se evalúe este alejamiento es que juzgamos a alguien de peculiar. Por ejemplo, si el criterio es “A todos les gusta ir a la playa” y yo la aborrezco de tal modo que rechazaría una invitación a cambio de otro tipo de salida, entonces soy raro. Aquí el criterio relevante no sólo es el gusto o no por la playa, sino las acciones que tomo al respecto. Si aceptara la invitación, incluso sin que me entusiasmara, tal vez no sería tildado de raro. Habrá otros criterios que sólo evalúen el gusto sin más, o la acción. De cualquier modo, uno puede ser bastante normal en ciertas dimensione y raro en otras, y dentro de estás puede serlo poco o mucho.

     La mayoría de las personas que se han asumido en alguna dimensión de su vida como raras, suelen sentirse orgullosas de sus peculiaridades. Esto es curioso, porque difícilmente uno elige sus rarezas. Al menos yo no he elegido las mías. Incluso, a veces, se sufre por ellas, subrepticia o abiertamente, y se preferiría no tenerlas. Por ello es totalmente comprensible que uno busque revalorizarlas y darles un cariz positivo, sobre todo porque la desviación del criterio, de la que hablaba hace un momento, implica, en muchas ocasiones, una valoración negativa por parte del sujeto perteneciente a la normalidad. El caso aciago resulta cuando el sujeto asume su rareza como virtud insólita y juzga a las personas con base en ella. La excepcionalidad del santo también puede tomar formas demoniacas. En todo caso, y sin querer ser moralizante, diré que, si bien nuestras rarezas nos hacen coloridos, en lo más íntimo compartimos más de lo que nos diferencia, o como diría Borges, “nuestras nadas poco difieren”.

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